El decibel del discurso político

Hoy, en México, necesitamos establecer un diálogo con los que piensan diferente, con los que vienen de circunstancias diferentes, con los que votaron diferente.

El decibel del discurso político
Adina Chelminsky

La lección más importante de mi vida, personal, política y de negocios, la obtuve en el lugar y de la persona más inesperada.

Corría el año de 1990 (voz de Los Intocables, para quien le suene la referencia). Estaba cursando mi último año de prepa y, para variar y no perder la costumbre, a mitad del día me requerían de inmediato en la dirección para regañarme por algo.

Maricela, la asistente de la dirección, asomó su cabeza al salón y, con voz y gesto de aquel que acompaña a un condenado a muerte, dijo: “Adina ¿puedes salir? Te esperan en la dirección.”

Sabía yo lo que proseguía. Recibir un regaño por algo que habíamos hecho muchas, pero yo era la única inculpada. Mi cara ha de haber reflejado el enojo y la impotencia que sentí. Me brotaban las lágrimas y me salía espuma de la boca. Temblaba de coraje.

La maestra de inglés, Eva Borda, vio mi cara, oyó los “no es justo” de todos en la clase y en 30 segundos entendió perfectamente la situación; se volteó con Maricela y le dijo: “Dale tres minutos, yo la llevo.”

Salió Ms. Borda conmigo de la clase, agarrándome la mano y, en la ruta de “dead woman walking”, me volteó a ver y me dijo una frase que mezclaba la dulzura de una maestra veterana con la estrategia de un militar: Adina, tú tienes la razón pero eso no importa, el que se enoja, pierde.

Me tomó muchos años entender la importancia de esa lección. Esa vez perdí. Me enojé, me descontrolé y perdí. Algo que si hubiera podido discutir con serenidad quizá hubiera ganado.

Hoy, el enojo es la norma del discurso político nacional. En las redes sociales, en los medios, en los curules y en las meses de domingo;  “líderes de opinión”,  políticos de cualquier partido y ciudadanos de a pie nos batimos en insultos, en sarcasmos y descalificaciones banales y baratas en contra del enemigo (léase, el que no soy yo).

Las palabras de Eva Borda me retumban en la mente: El que se enoja pierde, el que se enoja pierde, el que se enoja pierde.

Estamos perdidos.

Porque vivimos en un país en donde se nos ha olvidado que en política (y todos somos parte de la política) forma es fondo; hemos olvidado que la manera en que dices lo que piensas es casi o más importante que lo que piensas; hemos olvidado que el subir los decibeles de tu voz no le da veracidad a tus argumentos; hemos olvidado que el que grita más fuerte o el que insulta más hiriente automáticamente se aleja de la resolución de cualquier problema.

Y vivimos en un país en donde tenemos mucho que resolver.

Porque quizá la estridencia y la “inteligencia” del sarcasmo o la “simpatía” de los apodos que inventas, hacen que jales más adeptos y tengas más likes y corazoncitos de los que son tus similares. Pero alejan a los que son diferentes.

Y lo que necesitamos hoy en México es establecer interlocución NO con tu porra, sino con la bancada opuesta.

De nada sirve hacer que te aplauda tu banda si ese comentario corroe el país.

De nada sirve ganar adeptos si perdemos la capacidad de negociación.

Hoy, en México, necesitamos establecer un diálogo con los que piensan diferente, con los que vienen de circunstancias diferentes, con los que votaron diferente.

Y eso empieza con las formas.

Porque es con el fifí o el chairo o el priista o el morenista o el ateo o el cristiano apostólico, o el que está a favor o el que está en contra del aborto, el/la que está a 180 grados de distancia de mí, con quien vamos a tener que reconstruir el país de la mano. Nos guste o no.

Y nadie reconstruye ni una pieza de Lego con alguien a quien ha insultado o de quien ha recibido insultos.

Insultos y sarcasmo pueril y repetitivo, de ambos bandos. ¿KKs? ¿Neta? ¿FECAL? ¿Cuántos años tienen para seguir haciendo chistes escatológicos? ¿La cenadora? ¿El changoleón? ¿Neta? ¿Abona en qué? ¿Resuelve qué? ¿Burlarse de los vestidos y trajes? ¿Memes de las expresiones faciales? ¿A costa de qué?

Insultos, sarcasmo, juegos de palabras, apodos, lo único que hacen es polarizar y quitar el dedo de las verdaderas llagas que corroen al país. Cómo si no tuviéramos suficiente material real y de fondo como para criticar a alguien por feo o a otra por nalgona o por mal vestida.

La risa es increíble. Sin duda. El humor una muestra de inteligencia. NO hay nada más mexicano que reírnos de nuestras circunstancias. Somos amos del humor y de las ocurrencias… Pero la estridencia política disfrazada de humor está pavimentando el camino de México al infierno.

¡Já!

¡Já!

¡Já!

Y sí, todos caemos en eso. El régimen y la oposición. La derecha y la izquierda. Es muy difícil ser una sociedad civil cordial y serena cuando tenemos un gobierno y una oposición que son los primeros en usar el insulto barato y clientelar.

Quizá como sociedad civil necesitamos poner el ejemplo y recordar que no es cuestión de alzar el tono de voz, sino de elevar el nivel del discurso.

@AdinaChel

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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