…El/la que le agarra la pata

Nos hemos enfocado en hablar sólo de los que “matan a la vaca” y no de los que “le agarran la pata”.

…El/la que le agarra la pata

Empecé mi vida profesional en el sistema financiero hace 25 años. Decir que el ambiente de abuso e impropiedades en temas de género y sexo era terrible es un understatement. Ni siquiera se veía mal, era el modus operandi incuestionable. No era la excepción, sino la regla. Aprendías a hacerte de la vista gorda, de oídos sordos y de respuestas contundentes o te aguantabas el mal rato. Punto.

En mi caso había un punto que me permitía tener más valor ante las situaciones: no vivía de ese ingreso; si perdía el trabajo no perdía ni mi desayuno ni mi futuro financiero. Ninguna de las otras mujeres gozaba del mismo privilegio.

En los últimos años hemos visitado y revisitado el tema de Me Too. Podría parecer irrelevante y repetitivo hoy volverlo a tocar, pero en estas semanas ocurrieron dos cosas que sesgan mi pluma hacia allá. El brote de dos casos cercanos a mí y una plática que tuve con mi hija y una de sus amigas (ambas abogadas jóvenes) que me platicaron lo que ven y oyen todos los días. Exactamente lo mismo. Quizá existan más palabras para definir el tema y haya un poco más de visibilidad, más reglas en papel, sean menos burdos los “acercamientos”, pero en términos reales en México seguimos en las mismas.

¿Por qué si estamos poniendo el dedo en la llaga nombrando a (algunos) perpetradores siguen existiendo tantos y tantos casos silenciosos? ¿Será que es un tema que no tiene solución? ¿Que hagamos lo que hagamos va a seguir ocurriendo?

O quizá lo que nos impide solucionar el problema es que nos quedamos cort@s al señalar a l@s culpables. Nos hemos enfocado en hablar sólo de los que “matan a la vaca” y no de los que “le agarran la pata”.

Los diferentes casos de impropiedad/abuso sexual que retumban en diversos ecosistemas actualmente (el universitario, el del emprendimiento y el legal, por mencionar la punta del iceberg) tienen muchas diferencias entre ellos, pero un elemento común: el papel de los y las cómplices que con su silencio y/o con su falta de acción ayudan indirectamente al perpetrador; más preocupados por salvar la cara de las insituciones, dicen y hacen lo incorrecto (o dejan de decir y hacer) y, así, perpetúan la existencia de casos de abuso de poder.

Sí, mucho peca el que mata a la vaca, pero eso no es sorpresa. Los ambientes, sin reglas prudenciales o educación de género, en donde hay hombres poderosos y mujeres subordinadas son un caldo de cultivo para casos en toda la gama de Me Too. Si agregamos al caldo las cantidades de dinero que se manejan en algunas industrias (money is power) esto se convierte en una bomba de tiempo. La sorpresa no es que estos casos estén viendo la luz, sino que no se destapen los miles de otros que siguen encubiertos.

Pero todos ellos, los perpetradores (y hablo en masculino porque generalmente son hombres) no actúan solos. Tienen cómplices tácitos.

¿Qué pasa con los socios y amigos que ven e intuyen, pero no dicen nada? “Oye, hermano, atiéndete”. ¿Con las mujeres con poder que en vez de aliadas se vuelven verdugos? “No denuncies, todas hemos cogido con alguien que no deberíamos”.

¿Qué pasa con las directivas o consejos de accionistas que “por darle una salida honorable” al perpetrador y “no afectar la imagen de la empresa” lo liquidan con honor y celebran su salida de la empresa “por buscar otros horizontes de trabajo”? ¿Con los patronatos que dan a los maestros un retiro temprano con honores?

¿Con los nuevos jefes que los contratan sabiendo que existe un historial nefasto, pero que lo consideran pecata minuta comparado con los ingresos o prestigio que le puede traer al nuevo puesto?

¿Con las instituciones gremiales que están llenas de gente talentosa, pero les da frío atender el tema de fondo? ¿Con los comunicados que estos envían, vagos y dogmáticos, revisados una y mil veces por abogados y publirrelacionistas, que no buscan resolver el problema sino bajar los ánimos caldeados del público y de los inversionistas?

L@s cómplices permiten que estas acciones se perpetúen una y otra y otra y otra vez, y con sus acciones o falta de ellas demuestran a las víctimas que el establishment es demasiado poderoso como para que puedan alzar la voz y defenderse.

Cómo bien decía Martin Luther King: “A fin de cuentas recordamos no sólo las palabras de nuestros enemigos, sino el silencio de nuestros amigos”.

De nada nos sirve solamente señalar y quemar en leña verde a los casos conocidos (que, seamos sincer@s, son sólo un mini puñado de todo lo que hay en la realidad) si no castigamos a las redes de complicidad, que son peligrosas precisamente porque no entienden, o no quieren entender, SU complicidad.

Los consejos de las empresas, las universidades, las cámaras, asociaciones y gremios tienen que empezar a tomar acciones URGENTES para evitar ser parte de estas complicidades tácitas. NECESITAN hacer un autoanálisis –que, sin duda, será doloroso y somero– para sacar toda la mugre a la luz, aplicar castigos y, sobre todo, establecer programas de educación.

Hasta que no existan reglas, consecuencias y social shaming para castigar tanto a quien mata a la vaca como a l@s que le agarran la pata vamos a seguir teniendo un matadero.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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