Esposos

¿Cómo chingados puede ser que en el siglo XXI se siga atribuyendo a los hombres el éxito de una mujer?

Esposos
Adina Chelminsky

Hace unos años una maestra con cátedra en una de las grandes facultades de negocios de Estados Unidos osó decir en una clase que, fundamentado en un estudio de Carnegie Mellon, el predictor más exacto del éxito de una mujer en el mundo profesional era su elección de pareja: mujeres con parejas que apoyaban y respetaban su desarrollo tenían un camino más fácil, más próspero y llegaban más alto en su éxito profesional.

La polémica que causó fue tal que la corrieron de su trabajo. ¿Cómo chingados puede ser que en el siglo XXI se siga atribuyendo a los hombres el éxito de una mujer? Ardió Roma.

Yo le hubiera dado el Premio Nobel.

El papel de la pareja en el desarrollo de la otra pareja no ha sido nunca un tema a discusión, está confirmado y aceptado, siempre y cuando el protagonista era el hombre y el “viento bajo las alas”, mujer.

La frase de que detrás de un hombre exitoso hay una gran mujer ha sido parte del vernáculo popular por un siglo.

Hoy los pronombres de la ecuación están cambiando, pero sigue siendo cierto, más que nunca, que detrás de una mujer exitosa hay, sin duda, un gran hombre.

Porque para las mujeres que deciden vivir en una relación hombre-mujer, que no sé si es el ideal, definitivamente no debe ser vista como la única opción, pero hoy es la más común, la elección del hombre con quien compartes la cama es el determinante más importante del alcance y el éxito que tienes como mujer en el mundo profesional.

Y puede parecer completamente antifeminista hablar así (y más en un medio editorial de puras mujeres,) pero ES-LA-VERDAD.

Una mujer que tiene que luchar contra viento y marea para “justificar su vida profesional” con su pareja se ve mermada en su vida laboral y deja a la pareja o sacrifica su camino profesional.

Soy hija, hermana y esposa de tres hombres sine qua non que son, sin duda, piezas fundamentales del éxito de mi mamá, de mi cuñada y mío. Podríamos ser un caso de estudio.

Estoy casada con un hombre que sin duda es corresponsable de mi éxito. Que es muy exitoso en su propio derecho, pero que nunca ha asumido que es el único éxito que importa.

Que nunca se ha cuestionado el porqué no uso mi apellido de casada porque sabe que no soy “de” él ni de nadie.

Que ha entendido que la construcción de un proyecto común (que no suena muy romántico, pero es lo que es el matrimonio) es sólo posible con la construcción de dos proyectos de vida individuales.

Que no ve en mí ni en mi pelo rosa u opiniones estridentes ninguna amenaza a su “masculinidad” (whatever that means) ni a su definición de persona.

Que mis horarios y lugares de trabajo no lo incomodan ni asustan, ni cree que me alejaaaaan de “mis” responsabilidades de la casa, que son compartidas.

Que va al súper cuando tiene que ir, que atiende asuntos domésticos mejor que yo (aunque cree que cocina… pero naaaa); que vivió toda, TODA su paternidad no como favor, sino como un estado natural.

Que se ríe cuando le dicen señor Chelminsky. Que se presenta, cuando en público le preguntan quién es, como mi asistente personal; que me admira y apoya y conforta.

Que aun cuando es, por mucho, el principal proveedor financiero de la familia, tiene sólo el 50% del voto en todas las decisiones.

Que es el máximo inversionista financiero en todos mis proyectos, que se levanta a las 3 de la mañana cuando tengo una duda legal, que igual no puede contestar, pero me da paz.

Que, en medio de un error garrafal, nunca me ha dicho: “te dije que lo hicieras diferente”.

Que cuando quiero que me defienda, porque tengo un problema y me dan ganas de esconderme, me dice con todo cariño: “Vas tú y lo arreglas, tú puedes”.

Que a veces, sin duda, se ha de hartar de tener a su lado a una persona tan protagónica y un poco neurótica, y ahí está incondicional.

Y todo esto no como una labor en espera de su medalla o reconocimiento, sino como el día a día natural de las cosas. Discreto. Constante.

Y yo así con él. Como un matrimonio en donde profesional, financiera y operativamente somos pares. Pareja.

Y OJO, distamos muuuuuuuuuucho de tener un matrimonio ideal. Mucho. Mis terapistas lo pueden confirmar. No tenemos ninguna foto con #couplegoals ni por mucho. Nos levantamos con greñas y dudas, nos peleamos por miles de cosas chicas (el papel de baño) y enormes (la disciplina de mis hijos), a veces no nos hablamos, yo grito y lloro, nos dormimos enojados; hay épocas en que tenemos un matrimonio muy rutinario y de franca hueva en donde el cansancio le gana a la pasión. Después de más de 30 años de conocernos seguimos tratando de encontrar la definición de pareja.

Pero el tema de la igualdad profesional y de desarrollo de ambos nunca entra, ni siquiera, en discusión.

Y esto (en la forma particular que cada una+uno le den), no menos, es lo que tenemos que esperar de nuestras parejas y así educar a nuestros hijos.

Y no, después de miles de generaciones en donde la balanza ha estado cargada, no es algo que los hombres “traen de fábrica”, es algo que, muchas veces, se tiene que aprender y definir y redefinir cada día. Ensayo-error. Algo que se construye en el camino compartido, en lo que una de mis terapistas alguna vez denominó como el buen amar. Para ambos lados.

El privilegio más grande de tener un hombre así no es sólo lo que ha exponencializado en mí, sino por el ejemplo de mis hijos varones y la vara de expectativas a mi hija mujer.

Así es que, “señor Chelminsky”, te voy a avergonzar públicamente y sé que lo odias. El más grande regalo que te puedo hacer es el reconocimiento público del papel que has jugado en mi “éxito” y el ejemplo que eres. Gracias. Todas.

@adinachel

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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