Mujeres que cobran demasiado

Tenemos, las mujeres, que aprender a ponerle un precio a nuestro trabajo, a conocer su valor, a pedirlo sin pena, a negociar cuando es necesario y a decir que no cuando no nos convenga el trato.

Mujeres que cobran demasiado

(Este artículo es de acceso gratuito… a propósito)

Hace unos meses (25 años después de empezar mi vida profesional) me invitaron a ser la keynote speaker de una conferencia de Empoderamiento Femenino (así, con mayúsculas). El foro era bellísimo, los patrocinadores de alto nivel, el tema que proponían para mi ponencia, mi mero mole.

¿Qué podría salir mal?

Mandé mi propuesta incluyendo el costo de la conferencia y recibí esta respuesta:

Ell@s: ¿Cómo?¿Nos vas a cobrar? Eso no lo teníamos contemplado… El pago que teníamos asignado para ti es todo el exposure que vas a tener.

Yo: ¿Cómo? En una conferencia de empoderamiento femenino (así, con minúsculas) no entienden que éste empieza por la cartera. ¿Sus conferencistas hombres están siendo compensados?

Ell@s: Claro, ellos lo hacen porque es su trabajo. Tú tienes que hacerlo gratis porque eres ejemplo de la causa.

Obviamente pueden adivinar qué pasó con la conferencia.

Si tuviera 100 pesos por cada vez que alguien me ofrece regalar mi trabajo (o en sus palabras, me dan la oportunidad) a cambio de exposure, renombre, presencia en medios, alianzas futuras, promesas de amor eterno, ponerle mi nombre a su primogénita… hoy sería millonaria.

Mal que bien, a estos incidentes les aprendí a dar poca importancia. Me daban risa, más que nada. Hoy, soy muy clara en mis condiciones de contratación: digo que sí cuando llegamos a un precio que nos conviene a ambas partes, digo que no cuando no y dono mi tiempo y trabajo cuando considero el foro o la causa digna. Punto.

Los tenía olvidados hasta el mes pasado que publiqué un artículo en estas mismas páginas, y, más que críticas sobre el artículo en sí, recibí un tsunami de twitts, correos y comentarios sobre cómo un proyecto editorial de mujeres osa (sí, esa palabra) cobrar por el contenido.

Un@ de mi calle me ha dicho que tiene un amigo que dice conocer un judí@ mexican@*
Mujer. Mexicana. Judía. La gran paradoja de mi vida: los tres sustantivos que me definen son, a la vez, la causa de mi mayor orgullo, de mi trabajo y de mi lucha yyyyy lo que siempre pone junto a mi nombre el invisible asterisco de la duda. La duda sobre
Monetaristas, presumidas, ¿quiénes se creen?, ni que fueran tan inteligentes, perras presumidas, les hacemos un favor leyéndolas, si quieres que te lea y te dé mi opinión mándamelo gratis…

Opiniones y adjetivos provenientes de lectores hombres, pero, también, de mujeres. De desconocid@s y de gente cercana.

Me pregunto, ¿si este fuera un medio de hombres o un proyecto de cualquier tipo liderado por varones, existiría la menor duda sobre si uno tiene o no que cobrar por su trabajo?

Uno es una cosa, una es otra.

Bien está documentado cómo las mujeres en el mundo corporativo ganamos menos de lo que ganan nuestros pares hombres (75-80 centavos por cada peso), pero poco hablamos sobre la doble moral que existe al valuar el trabajo de mujeres emprendedoras, profesionistas y freelancers.

A las mujeres se nos pide casi el doble de veces que a los hombres que donemos nuestro trabajo a cambio de beneficios intangibles (y, por ende, inexistentes), se nos regatea más y se nos piden mayores pruebas de amor gratuitas. Se les pide, incluso, a mujeres que ya no tienen que probarle a nadie en cuestión de capacidad.

Un hombre varón que espera una retribución justa por su trabajo, y le da un valor monetario, es un ejemplo de inteligencia en los negocios y en la vida; ellos ponen su precio y puede ser considerado (por la contraparte) bajo, justo o alto, pero su existencia jamás es cuestionada.

Una mujer que espera ser (bien) retribuida por su trabajo se está saliendo del huacal; es el status quo quien dicta lo que nosotras nos merecemos o no.

Tenemos, las mujeres, que aprender a ponerle un precio a nuestro trabajo, a conocer su valor, a pedirlo sin pena, a negociar cuando es necesario y a decir que no cuando no nos convenga el trato. A cobrar al nivel del mercado y entregar la calidad que exige el mercado. Tenemos que aprender que el trabajo gratuito, sea a cambio del intangible que sea, puede ser agradecido, pero su valor, generalmente,  es menospreciado.

Y los hombres necesitan empezar a entender que no sólo de exposure vive la mujer, que el tipo de cambio exposure-dinero está muy devaluado.

La lucha del feminismo y la equidad, la que cada una de nosotras libra de la manera que quiere en las canchas que ella elige, no tiene que pasar por la cartera, tiene que empezar ahí. No podemos hablar de romper barreras ni de cambiar el mundo si no hablamos del papel que el dinero juega en la asertividad.

Mujeres económicamente independientes y sanas, que le dan a su trabajo el valor que se merece y lo hacen valer ante el mundo, pueden alzar más la voz, tomar más riesgos, buscar mejores vidas para ellas y para con quien ellas decidan compartir. Porque el feminismo implica valor, pero el valor necesita desayunar en la mañana.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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