10 días en silencio

Cuando se logra cambiar el ritmo acelerado por uno pausado, la conexión entre la naturaleza y tu cuerpo, te hacen sentir arraigado a la vida.

10 días en silencio
Aura López

Llevo cinco días en el planeta Tierra, específicamente, en la Ciudad de México, el lugar que cambia el trinar de los pájaros en la mañana por claxons de coches, camiones y ambulancias; el olor a pasto fresco, recién mojado por la lluvia, por el de fritanga callejera, café recién molido y smog; los amaneceres color ámbar-rosado por un cielo nublado y el esplendor de la luna, Júpiter y Venus por noches que nunca acaban de oscurecer (la Torre BBVA será muy ecológica pero vaya que emite luz).

Obviamente no he salido de este planeta, por más que Elon Musk y Jeff Bezos le estén echando ganitas por apoderarse del universo. Pero así se siente regresar a casa después de irme a un retiro de silencio por 10 días.

Diez días en silencio. Despertarme a las 4:30 am, meditar por dos horas. Desayunar a las 6:30 am, meditar por otras horas, comer a las 11:00 am, meditar por más horas… Tomar el té a las 5:00 pm, más meditación. Escuchar una plática a las 7:00 pm, meditar un poco más. Dormir a las 9:30 pm. Estoy sola. Mi mente y yo. Mi cuerpo y yo. Sin distracciones. Sin celular. Sin el acelere de la vida diaria. Sin ruido externo. Todo el ruido viene de adentro. Y la mente… ¡Vaya que es canija! Podría escribir un cuento de todas las historias que viví (ficticiamente) mientras intentaba practicar la técnica de meditación Vipassana.

Desde cómo Jake Gyllehnall y yo éramos los únicos en terminar el retiro y al irnos, lo primero que hacíamos era comer hamburguesas veganas; o cuando Leonardo DiCaprio nos visitaba en el set de Primero Noticias, un noticiario de televisión del que fui conductora de tecnología, y yo aprovechaba para enseñarle una foto donde le mostraba mi cuarto de adolescente, totalmente tapizado con sus pósters, pero en realidad, le daba las gracias por usar su fama para hablar del cambio climático y defender a los animales –aquellos que no tienen una voz que podamos entender y que son esclavos de nuestra alimentación y consumismo–. Los animales son seres sintientes –no sólo un embutido delicioso que untar en un pan; pero esa, es otra historia–. O qué tal el vuelo en avión que tuve con Zendaya, en donde le contaba, sin que supiera que era famosa, cómo antes de que existieran los celulares o hubiera pantallas en los tableros de cada asiento, la gente platicaba con la persona de al lado.

Por supuesto que estas reuniones con celebridades fueron unas de las tantas distracciones que pasaban por mi mente cuando intentaba concentrarme en la técnica de respiración. Otras tantas tienen que ver con la familia, el trabajo, los seres queridos –y no tan queridos–, emociones hermosas y dolorosas, recuerdos de la infancia, memorias que no sabía que existían y un sin cesar de pensamientos, visualizaciones y reflexiones. Una depuración intensa. Sin juzgar, sin culpar, simplemente pasó lo que tenía que pasar.

“Anicca, anicca, anicca”. Esta era una de las frases con las que cerraba las meditaciones y significa: “Nada es permanente”. Si hay algo claro en el budismo es la impermanencia. “Esto también cambiará”. Cuando tienes “tanto tiempo” (entre comillas) y te das una pausa, empiezas a ver, escuchar, sentir, oler y experimentar cosas que siempre han estado ahí pero que no vibras (no estoy hablando de términos angelicales, sectarios, energéticos ni religiosos). Estoy hablando de algo tan simple como entender a la naturaleza y sus procesos: de cómo los gorriones salían a buscar ramitas para hacer sus nidos recién terminaba una lluvia llena de relámpagos o de cómo, al atardecer, las golondrinas de lomito azul, volaban en parvada en búsqueda de su árbol favorito, alistándose para cerrar el día. De cómo un caracol estaba vivo por la mañana y por la tarde, abandonaba su concha o cómo una flor amarilla (a la que apodé “flor de luna”), abría su capullo por la noche para emitir su belleza y resplandor con la luz de las estrellas y perecer por la madrugada. El ciclo de la vida.

Es algo curioso. Cuando se logra cambiar el ritmo acelerado por uno pausado, la conexión entre la naturaleza y tu cuerpo, te hacen sentir arraigado a la vida. De algún modo, en mi caso, empecé a entender, desde mi corazón y no mi mente, que soy quien soy y que está bien. Me gustaría explicarlo con más detalle pero no encuentro palabras. Al final es una experiencia subjetiva, es un viaje personal.

Y aunque estos días he estado más sensible y presente, en otra frecuencia. También sé que, como decía el Buda, “esto también cambiará”, y está bien. Mientras, seguiré con la práctica.

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“Vipassana, que significa ver las cosas tal como realmente son, es una de las técnicas más antiguas de meditación de la India. Fue redescubierta por Gotama el Buda hace más de 2.500 años y fue enseñada por él como un remedio universal para males universales, es decir, como un arte: El arte de vivir. Esta técnica no sectaria tiene como objetivo la total erradicación de las impurezas mentales y la resultante felicidad suprema de la completa liberación.

Vipassana es un sendero de autotransformación mediante la autobservación. Se concentra en la profunda interconexión entre mente y cuerpo, la cual puede ser experimentada de manera directa, por medio de la atención disciplinada dirigida a las sensaciones físicas que forman la vida del cuerpo, y que continuamente se interconectan con la vida de la mente y la condicionan. Es este viaje de autoexploración a las raíces comunes de cuerpo y mente, basado en la observación, lo que disuelve la impureza mental, produciendo una mente equilibrada, llena de amor y compasión”.

Más información en www.dhamma.org/es/about/vipassana

@aura_

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