El silencio con ganas de hablar

Algo le duele al aire

El silencio con ganas de hablar

Por Claudia Pérez Atamoros

“Mi poesía…

es el silencio con ganas de hablar…”

Dolores Castro, Zacatecas, 2019.

Me entero de tu muerte y pienso, irremediablemente, en toda tu obra y en

Algo le duele al aire,

del aroma al hedor.

Algo le duele al aire, aquel libro en el que plasmaste tu dolor y tu visión sobre nuestro México vestido de rojo y que hoy, hoy si algo le duele al aire, mucho más todavía, es tu partida, maestra. Hoy nuestros corazones se tiñen de azul tristeza, profunda. Como esta obra dedicada al horror que invade nuestra tierra.

Algo le duele

cuando arrastra, alborota

del herido la carne,

la sangre derramada,

el polvo vuelto al polvo

de los huesos…

Me pregunto si llegaste a intercambiar opiniones con Rosa Icela Rodríguez, la Secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, periodista de profesión, alumna tuya en la Septién, sobre la violencia e inseguridad que tanto te mortificaban. Sé que votaste por AMLO.

“Al borde del camino

lo encontramos

el mismo pantalón, la blusa blanca:

sobre su espalda

amapola de sangre…”

Pienso en tus siete hijos, en esos que tuviste “porque quisiste”, por cierto, que buena entrevista aquella en donde esto leí. Hablaste de Cástula, tu asistenta. De tu profunda religiosidad.

Qué significa alejarse

si el movimiento arrastra con el tiempo vivido

y cada quien lleva su carga.

Escapar, escaparse,

si se pudiera.

Cada quien con su tiempo bebido a sorbos,

su tiempo huracanado que algo arrastra

y algo incrusta para siempre en la memoria

Para Alfredo Páramo, otro grande de la Septién --esa escuela en la que tocaste base por años y en la que impartiste clases-- tu vida fue ejemplar, larga y provechosa. Desborda emoción al describirte como madre, mujer, esposa, maestra; como poeta te admira y te pone junto a sus poetas de cabecera: Emily Dickinson, La Mistral, Rosalía de Castro y tú. Lo escucho en los audios de whatsapp y lamento que esté allá, del otro lado de la frontera norte. Lo apapacho a la distancia.

Su voz tiembla, vibra al recordar su último encuentro. Ese en donde le confesaste que “la sordera aísla más a una persona que la ceguera”. Lo sabías bien pero ahí estabas y estuviste siempre. Largo silencio y escucho, luego, otra íntima confidencia, de mi querido interlocutor, Alfredo Páramo. Me cuenta que te susurró al oído una petición. Y se la cumpliste, le diste la bendición.

Para Víctor M León (enorme poeta costarricense y mexicano por adopción), alumno tuyo en la Sogem y luego amigo y poeta, no le alcanza la tristeza y solo atina a agradecerte que “en la lluvia del mundo tu compañía fue un paraguas bajo el que siempre sonreía el sol. Del otro lado están de fiesta.” Y es que esa es otra cualidad inseparable de tu persona. La sonrisa. La vitalidad.

Y tejo

los hilos luminosos

de color encendido

hilos que fueron de pasión

enmarañados

entre mis dedos

se atropellan.

Hilos en el telar

de las raíces

de mis generaciones

hilos:

se extienden,

multiplican,

crecen

escapan            

de mi mano.

Rosario Avilés, recuerda Alfredo Páramo, manifestó siempre su inconformidad con aquella frase que durante un homenaje a la poeta dijera un secretario de Estado: “Dolores Castro dilapida su generosidad”. Rosario sostenía que eso de “generosidad dilapidada” no estaba bien usado. “dilapidar es como desperdiciar y si algo no ha desperdiciado Lolita es su generosidad. Yo optaría por decir generosidad derramada o entregada en abundancia”

Recuerdos dejas muchos, no solo de tu grandeza en la poesía sino en todos los seres y ambientes que tocaste, inspiraste, en todos los corazones que iluminaste. Mi madre presume de tu amistad y de todas las entrevistas que te realizó y Alejandro Avilés te reverenciaba. “Es la hijita de Noemí Atamoros”… “a ver si tan despierta”... A ver, lo sigo pensando. Luego leí tu poema aquel “Búllete niña…” y te gocé. Termina así…

¡Búllete, niña, acomídete, búllete.

No te quedes allí!.

¿Bullirse, o reflejar el torrente del mundo?

En 1955 tú y Rosario, contabas, habían formado parte del libro Ocho poetas mexicanos (por su coincidencia en la revista Ábside): seis hombres, Alejandro Avilés (quien tanto te admiró), Roberto Cabral del Hoyo, Efrén Hernández (el guía), Honorato Ignacio Magaloni, Octavio Novaro, Javier Peñalosa y USTEDES dos, Rosario Castellanos y Dolores Castro.

Solías repetir que “la poesía indaga qué clase de bicho hay dentro de uno mismo”. Y el tuyo, querida Lolita, fue maravilloso, es entrañable y contundente. Permea nuestros sentidos. Todos.

Fluir, volverse ajeno

sin arrojarse al mar a cada instante y poseerlo

en su profundidad.

Refugiarse en el parpadeo

y para huir del horror,

no mirar.

Sólo el mar vuelve una y otra vez.

Fluir es no volverse,

no ser siquiera estatua de sal.

Fluir, volverse ajeno,

conocer la tierra de Irás

y no Volverás.

@perezata

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