Mi vulva no me dice quién soy

Esta historia de mi vulva, y de muchas vulvas más, ha ocasionado que tengamos una situación de trato diferenciado y de una desigualdad que nos discrimina y que nos ha puesto en franca desventaja.

Mi vulva no me dice quién soy

Por Jacqueline L’Hoist

Mi vulva no me dice que soy mujer. Dicen que tenerla es un manifiesto de que podré gestar, que puedo tener orgasmos, que se me puede penetrar por la vagina. Pero mi vulva no me dice que me gustan los vestidos, que mi mejor opción es quedarme en mi casa a ejercer los cuidados y la limpieza del hogar; tampoco me dice que por haber nacido con ella mi género es femenino… La verdad es que ella nunca me ha dicho nada.

Sin embargo, alrededor de ella se han construido muchos estereotipos de roles de género de cómo nos debemos comportar las personas que nacimos con ella, qué te debe gustar, qué debemos hacer, a quién debemos amar y en qué sí y en qué no debemos trabajar o estudiar, y de repente,  ¡zas!, ya está, soy mujer, y a hacer lo que me toca.

Esta historia de mi vulva, y de muchas vulvas más, ha ocasionado que tengamos una situación de trato diferenciado y de una desigualdad que nos discrimina y que nos ha puesto en franca desventaja frente aquellas personas que nacieron con pene y que se les llama hombres y que tienen, por cierto, también sus propios roles a cumplir.

Ante esto no quedó más que decir basta. Basta con estas definiciones construidas socialmente que nos han puesto en una situación de trato y de derechos desiguales frente a los hombres, y el feminismo es nuestra gran voz, que no sólo lo grita, sino que actúa ante la evidencia que es brutal: falta de oportunidades, pobreza, hambruna, feminicidios y una violencia sistemática que cada día vemos en lo social, en lo político, en la ciencia, en los deportes, en los trabajos, en las casas, en las escuelas y universidades. Porque, ¿quién decide qué significa ser hombre o ser mujer? ¿Qué, cuándo y cómo sabemos que estamos frente a una mujer? Quizá la respuesta sea que cada una de nosotras puede construirse desde su propia perspectiva y gustos, y decírnoslo.

Esa voz del feminismo ha movido al mundo e incluso ha logrado visibilizar que los roles estereotipados les han venido igualmente muy mal a los hombres, obligándoles a ser de una sola forma y que hoy (pocos, pero algunos) cuestionan incluso esos privilegios que lograron a costa de nosotras, las mujeres.

Esa voz feminista se repiensa también ahora, como lo ha hecho en cada una de sus olas y sabemos que al final el objetivo es que ninguna de nosotras se quede atrás, porque aquí todas ganamos, no nos aplastamos para imponer una idea, porque eso sólo sería repetir los esquemas que queremos cambiar, como la opresión de la que hemos sido objeto.

Habrá quienes, como yo, creemos que lo femenino es una construcción social, construcción que se derrumba y gracias a eso cada vez somos más libres. Habrá quienes también compartan que lo masculino se está repensando y derrumbando, y se lleva así a un sistema patriarcal que nada bueno nos ha traído como humanidad.

En todo este repensar en un mundo donde cada vez más la inclusión de la otredad es el camino a la eliminación de la discriminación, al libre acceso a derechos sin distinción y deshaciendo los roles estereotipados de género opresores, hay quienes consideran un atentado al pensamiento y lucha feministas a aquellas personas que, precisamente por romper con esos estereotipos de roles de género preestablecidos y que deciden desde su fuero interno y su esencia como persona identificarse de forma distinta a la que le asignaron al nacer a partir de sus órganos sexuales, son vistas como un amenaza y no como el ejemplo vivo de la diversidad humana y del derecho a su manifestación, y, por tanto, a su existencia.

Hoy vemos cómo ese sentimiento de amenaza se convierte en indignación que discrimina por no respetar el derecho a la existencia de una presencia femenina que surge no desde lo biológico, sino desde la misma esencia del ser persona. Ese resentimiento de lo masculino se perpetúa ahora en ellas, al afirmar que esas personas que nacieron con pene ahora quieren hacer de los roles estereotipados su identidad de mujer y entonces se les exige mantener una posición biológica, en donde el órgano sexual sea el que defina su identidad, así como aquellos roles de género que te definían como hombre o mujer.

Si las mujeres desde el movimiento feminista somos capaces de coincidir en tanto y para tanto bien, coincidamos también en el derecho a que otras personas expresen su ser hombre o su ser mujer sin estigmas y sin prejuicios, que nada nos arrebatan.  Con esta coincidencia del derecho a ser, el resto lo vamos ajustando: que si los baños, que si los vestidores, que si las categorías deportivas, que si los refugios, que si la participación política, que si… que sí, que entre tantas demandas que tenemos éstas que a muchas les causa una legítima molestia son fáciles de resolver, acordemos, para que nadie se quede atrás rompiendo el círculo de violencia.

La interseccionalidad como parte intrínseca de las personas no significa que ahora el feminismo tenga que centrarse en los derechos de personas que quieren ser reconocidas con un género distinto al que se les estableció al nacer y que esa sea ahora la misión del pensamiento feminista. Nada más alejado de la verdad. La interseccionalidad siempre suma, pues es un caminar al lado de tus causas y de las mías, como complemento de la inclusión y del respeto, para un mundo mejor en donde todas las personas quepamos.


Jacqueline L’Hoist es directora de la Unidad de Género de Grupo Salinas y ex presidenta del COPRED.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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