Del odio a la muerte

Conmemorar implica aludir al lado menos feliz de la memoria. Es un ejercicio de verdad y confrontación. | Este texto está dedicado a Raquel Kleinberg, amorosa promotora de la memoria.

Del odio a la muerte

Por: Linda Atach Zaga

“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie.”

Theodor Adorno

En muchas ocasiones la historia no es suficiente. A pesar de los vestigios de los campos de exterminio, fotografías y testimonios de sobrevivientes, aún existen quienes afirman que el Holocausto no llegó muy lejos, en tanto que falló en concretar su principal objetivo: la “solución final de la cuestión judía”.

Resulta paradójico que, con la intención de minimizar los alcances de uno de los episodios más oscuros en la narrativa moderna, estas voces nieguen la trascendencia de un asesinato sistemático, que tocó a más de 10 millones de individuos, entre los que por supuesto había judíos, pero también personas con discapacidad, comunistas, creadores, opositores al régimen, gitanos, gays, lesbianas, transexuales, transgénero, trasvestis y una larga lista de seres no afiliados al ideal nazi de una raza superior.

Conmemorar implica aludir al lado menos feliz de la memoria. Es un ejercicio de verdad y confrontación. Las conmemoraciones -que son primas lejanas del festejo- se instituyeron para que alguien se tomara el tiempo de recordar, escribir, hablar y llorar, pero también de acomodar en justicia, hechos y víctimas el drama de millones de continuidades truncadas.  

Tuvieron que transcurrir más de 60 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau para que la UNESCO fijara el 27 de enero como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holcausto (2005), con el propósito de ocupar el pasado como un argumento capaz de evitar otra masacre similar a la perpetrada por los nazis.

Sabiendo esto, y gracias a la distancia que hoy nos ofrece la historia, vale la pena cuestionarnos sobre los alcances de la memoria: ¿Qué tan efectivo es el recuerdo?, ¿es capaz, en su condición universal, de prevenir desenlaces parecidos a los que en el siglo pasado deformaron todo sentido de humanidad? Las respuestas son tímidas y en su mayoría decepcionantes. Basta observar lo que acontece a nuestro alrededor.

El antisemitismo es una ideología. Nacido en el Siglo XIX, igual que el romanticismo, el comunismo y los nacionalismos, el primero fue un producto académico, urdido desde un sitio hegemónico del pensamiento. El término que dio lugar al genocidio más grande de la historia se acuñó para legitimar el odio hacia un grupo humano.

Si en verdad hubiésemos aprendido del pasado y las conmemoraciones hoy seríamos incapaces de pasar por alto los discursos de odio que se replican desde las esferas más altas del poder y atizan la violencia de género, el feminicidio, la censura y la muerte de periodistas, las violaciones a los derechos de las personas LGBT+, migrantes, afrodescendientes, científicos, académicos y muchos otros.

Vale la pena tenerlo presente: el odio es una herramienta de destrucción y es irreversible.

No existe relato más desolador que el de un hombre que desconoce a los de su propia especie.


Linda Atach Zaga es doctora en Historia del Arte por la UNAM, especialista en Cultura Visual y Género, artista y curadora mexicana. Desde 2010 encabeza la Dirección del Departamento de Exposiciones Temporales del Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México.

@lindaatachz

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