¿Otro 8 de marzo? ¿Hemos llegado?

Asesinos, violadores y funcionarios policiales, así como las altas autoridades del país, manifestaron su indiferencia criminal, el desprecio infinito que sienten por el cuerpo prescindible de la mujer

¿Otro 8 de marzo? ¿Hemos llegado?
Margo Glantz

Reviso y reproduzco aquí algunas de mis reflexiones periodísticas de hace varios años, especialmente sobre un libro importante para el feminismo en nuestro país:

En uno de los epígrafes del libro de Sergio González Rodríguez, Huesos en el desierto, dos personajes de El caballero y la muerte de Leonardo Sciascia entablan un diálogo:

“De modo que cabe sospechar que existe una Constitución no escrita cuyo primer artículo rezaría: la seguridad del poder se basa en la inseguridad de los ciudadanos.

De todos los ciudadanos, incluidos los que, al difundir la inseguridad, se creen seguros…

Y efectiva –y desgraciadamente– cada día que pasa esa aseveración se comprueba con mayor contundencia: los asesinatos de mujeres que han venido ocurriendo de manera sistemática hace muchos años en Ciudad Juárez, narrados y denunciados con gran sobriedad y eficacia por Sergio González Rodríguez, siguen produciéndose con la misma regularidad y la misma indiferencia de las autoridades municipales, estatales y federales, no sólo en esa ciudad, sino en todo el territorio nacional. ¿No declaraba hace ya mucho tiempo uno de los más altos jefes de una de esas corporaciones policíacas que “las mujeres en Ciudad Juárez no corren peligro, siempre y cuando tomen las medidas de precaución necesarias, ya que actualmente son muy confianzudas. Deben siempre acompañarse por un familiar mayor de edad, sobre todo durante la noche, y denunciar cualquier anomalía”?

Subrayo la flagrancia del adjetivo “confianzudas”, y señalaba y sigo señalando que la verdadera anomalía no es solamente denunciar cualquier hecho insólito –aunque, por desgracia, este tipo de delitos no son de ninguna manera insólitos–, sino el hecho de que, según los encargados de vigilar el orden, en esta sociedad las mujeres tengan que circular custodiadas como si viviesen bajo estado de sitio o en el medioevo es, en realidad, una confirmación oficial de que en general en nuestro país siguen y seguirán en peligro las mujeres.

Abro el libro de Sergio y al azar leo esta frase: “Aquí están las claves para comprender a fondo los homicidios. En este instante, quizá se consuma otro asesinato más de aquéllos”. Lo verifico de inmediato con sólo oír o leer las noticias, reproduzco una cualquiera de este u otro año, pero como si siguiese siendo la misma: “…niña desaparecida el 10 de febrero cuando salió a comprar un refresco en una tienda cercana a su casa fue localizada muerta este miércoles, con golpes en el cuerpo y lesiones de arma blanca”. Aunque sean diversas las circunstancias y haya obviamente que tenerlas en cuenta, las violaciones, los asesinatos, las vejaciones, et al, las autoridades en general deciden que la culpa es de las mujeres porque no se cuidan y abusan de su libertad. En este sentido es impactante volver a citar el comentario del entonces vocero de la Policía Judicial del Estado de Chihuahua sobre la reiterada semejanza de las víctimas, aunque de repente aparecieran algunas que confirmaban por su carácter excepcional el peso de la regla: “Alertamos a la comunidad para evitar que las mujeres transiten por lugares desconocidos o a obscuras. Que vayan acompañadas y de ser posible carguen un spray de gas lacrimógeno para defenderse”.

Víctimas y funcionarios acaban siendo semejantes entre sí: aparecen, desaparecen, reaparecen.   Aunque los cuerpos y los nombres cambien, parecería que se trata de una cadena de relevos, en realidad, de un mismo tipo de cuerpo reiterado, una especie de clonación infinita que reproduce las funciones que juegan en esta macabra tragedia los cuerpos: los de las mujeres, colocadas boca abajo para que no se les vea el rostro cuando las descubren, es decir, mujeres, cuerpos femeninos; por otra parte, los cuerpos de funcionarios policiacos que van siendo sustituidos en su criminal ineficacia por otros cuya ineptitud vuelve a reiterarse con las mismas palabras, son cuerpos diferentes con voces diferentes que acaban convirtiéndose en el mismo cuerpo y en la misma voz; cito otras palabras reiterativas, de nuevo al azar, que pronunciara un alto cargo policíaco cierto día cercano o lejano al de este 8 de marzo, que deletrea de manera semejante su cinismo: “La seguridad de la ciudad (…) está garantizada por mi dirección, y negar lo contrario provocaría una psicosis y la situación se agravaría aún más… Si corremos la voz de que hay peligro, los inversionistas y el turismo saldrían huyendo y eso sería como estarnos traicionando. No podemos ser tan extremistas, aquí no pasa nada, para eso estoy yo (subrayo)”.

¿El paradigma de la víctima, el investigador policial y el verdugo?

Los asesinos, los violadores y muchos funcionarios policiales, así como las más altas autoridades del país, manifestaron siempre en su anonimato o en lo público su indiferencia criminal, el desprecio infinito que sienten por el cuerpo prescindible de la mujer: por la mujer, en suma.

¿Por qué, y sin embargo, nos tienen tanto miedo?

@margo_glantz

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


Más de 100 opiniones a través de 80 columnistas te esperan por menos de un libro al mes. Suscríbete y sé parte de Opinión 51.