Un viaje psicodélico al pasado

México está atrapado entre la tradición y la prohibición.

Un viaje psicodélico al pasado
Pamela Cerdeira

Me habían dado el número de teléfono de una persona a quien busqué antes de partir; con todo el recelo del mundo, insistió a quien me dio su número. Le hice saber que de cualquier forma visitaría su comunidad; pregunté si podíamos vernos, respondió que ella no estaría ahí, pero me dio el nombre de un hombre y me recomendó que preguntara por él en la delegación. Así llegué a Tenango del Valle, en el Estado de México. La explanada de la delegación estaba vacía y a un costado sobre la calle encontré a un hombre a quien le pregunté si conocía a “Néstor” (el nombre que le daré para efectos de esta narración). Amablemente me llevó hasta la puerta de su casa, en donde desde un pequeño porche completamente abierto una mujer preparaba la masa azul para empezar a hacer tortillas.

–Néstor no está, ¿para qué lo quieren?

Yo ya lo había visto en un documental en YouTube hablando con toda apertura sobre el uso de hongos alucinógenos en su comunidad, así que supuse que podía ser franca sobre mi visita, quería entrevistarlo.

–No está, y regresa hasta las 6 –fue tajante.

Una mujer mayor que parecía haber salido de un libro empolvado cuyas hojas amenazan con deshacerse de solo verlas me empezó a hacer preguntas repetitivas; yo contestaba con calma, mientras la de la masa me insistía: “no escucha, no escucha bien”, como si con eso esperara que yo dejara de prestarle atención.

–¿Viene por los honguitos? Venga para acá –dijo, y me invitó a cruzar la puerta de su casa como quien está a punto de cometer una fechoría.

–¿Cuáles quiere? Solo los tengo en miel. El precio depende del frasco, si quiere el de Gerber o el de Nescafé.

No iba buscando honguitos, iba tras su historia, y la señora tampoco supo decirme más sobre Néstor. Así que mi improvisado y amable guía de turistas me llevó a la siguiente casa, en donde tampoco tuvimos suerte. La autoridad indígena a quien buscamos como segunda opción había salido del pueblo y su hija tampoco sabía cuándo volvería. Llegamos así hasta un tercer hogar situado en lo que parecía el punto más alto del pueblo; entramos en un pequeño camino de terracería. Una mujer salía del lugar y el guía le preguntó por nuestra siguiente visita: “no está”, respondió de prisa. Sin embargo, seguimos caminando y ahí, con los pies hundidos en cientos de kilos de grano de maíz que ella misma había obtenido restregando una pequeña piedra mazorca tras mazorca, estaba nuestra guía: un poco ciega, un poco curandera, un poco negociadora, respondió muy segura:

–Usted no quiere una entrevista, lo que usted quiere es que yo le dé una conferencia, y por eso cobro; además, ¿qué tal qué me pasa como a María Sabina, que después de que la hicieron famosa hasta su casa le quitaron? Yo no quiero eso. Además, ¿de dónde viene usted? ¿De la televisión? Aquí no vemos eso, para la televisión necesitamos tener esas antenas azules que nos cobran cada mes, aquí no hay televisión porque ni eso tenemos gratis.

Mi curiosidad le molestaba. Insistió un par de veces que en lugar de preguntar que mejor lo probara y así iba a tener todas las respuestas. Seguida de su invitación, decía:

–Pero no tenemos ahora, porque no es época de lluvias. Si hay lluvias hay hongos y entonces el ritual ancestral puede llevarse a cabo.

–¿Entonces usted es curandera?

–Pues diga usted –dice mientras titubea con modestia–, aquí curamos todo: les quitamos el mal de alcohol (alcoholismo), curamos a unos niños que ya se estaban quedando sin ver. Lo que sea que usted les quiera pedir a los niños santos ellos se lo dan.

Para “curar” el alcoholismo, me explica, se requieren tres sesiones con hongos alucinógenos, con una separación de una semana entre cada sesión. Hay que prepararse una semana antes sin tomar alcohol, medicamentos ni consumir carne. Las promesas de la curandera coinciden con lo que revelan ya varios estudios científicos que han puesto a prueba el uso de la psilocibina para tratar adicciones, trastornos alimenticios, ansiedad y depresión. Mientras la entrevista continúa, un chico de 12 años llena el vaso de cerveza de su abuela, quien no ha parado de desgranar el maíz bajo el rayo del sol de mediodía. Su hijo, un hombre de aproximadamente 40 años, interrumpe constantemente la conversación.

–Aquí les damos eso a nuestros niños. A ver, ¿usted cree que les haríamos algo malo a nuestros hijos? ¿Usted les daría algo a sus hijos si supiera que es malo?

Los niños consumen honguitos a partir del año y medio; se los dan cuando no hablan o para “abrirles la mente”.

El uso, producción y venta de hongos alucinógenos está prohibido en México; sin embargo, las comunidades indígenas están amparadas bajo los usos y costumbres, como me explica Eros Quintero, biólogo y cofundador de la Sociedad Mexicana de la Psilocibina. El Imperial London College y la Universidad Johns Hopkins están llevando a cabo investigaciones importantes para tratar la anorexia, depresión, ansiedad, alzheimer, adicción al cigarro y las reacciones cerebrales a la psilocibina en personas sanas.

México está atrapado entre la tradición y la prohibición. Mientras, se desperdicia lo que el conocimiento ancestral podría aportar a la ciencia y se deja a las comunidades a merced de una familia de hongos que podrían estar en riesgo de desaparecer ante la sobreexplotación y el cambio de usos de la tierra.

@pamcerdeira

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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