Por Pamela Cerdeira
Nada une más que un enemigo. Si el enemigo es tangible, mejor.
Sábado por la tarde, encuentro de Donald Trump con simpatizantes en una localidad de 13,000 habitantes. Una serie de disparos interrumpen el discurso del futuro candidato a la presidencia. Se tira de inmediato al suelo y para sorpresa de todos, cuando es puesto de pie, trae sangre en una oreja. El criminal falló por unos cuántos centímetros, y su cuerpo quedó tendido después de que el Servicio Secreto lo matara en respuesta. Un joven de solo veinte años, de quien poco se sabe: su afiliación republicana, la donación de 15 dólares a Act Blue (que financia candidatos demócratas),callado para algunos, buen estudiante para otros. Sin datos en redes sociales que puedan darnos más información.
Sorprende que en encuentro de entusiastas republicanos el evento no haya terminado en balacera comunal. Donald Trump ha hecho durante su campaña una constante defensa sobre el derecho de los estadounidenses a la compra, uso y portación de armas. Al caos que le siguió contrasta la imagen de Trump con el puño en alto tratando de mandar un último mensaje: fight, fight, se alcanza a escuchar. No era el rostro de un hombre débil y asustado, no se iba, se lo llevaban del lugar.