Por Pamela Cerdeira
Seguía con curiosidad a la cuenta de X que llevaba el conteo de los días que faltaban al sexenio de López Obrador. Mientras escribo esta columna, me informa “le falta 0 años, 0 meses, 1 día, 7 horas, 58 minutos, 40 segundos (o bien, 1 días). Ya pasó 99.94% del sexenio (2129 días). #cuantolefalta”
El sexenio de López Obrador fue eterno y a la vez voló, nos mantuvo entretenidos acaparando todos los días la agenda informativa. Si fuese un personaje del mundo del espectáculo, habría sido lo que fue para los medios Carmen Salinas, salvo que él contó con todo el poder del Estado.
Me parece que es importante reconocer lo que López Obrador hizo bien para México, lo que hizo bien para los suyos que no es bueno para el país, y por supuesto lo reprobable.
Haber puesto en el discurso a los más pobres es el eje principal de su política en materia de comunicación, brandeo y justificación de los programas sociales. Aunque a mi me parece contrario como incluso Claudia Sheinbaum insiste con el slogan, “por el bien de todos, primero los pobres”, ¿no sería una aspiración más interesante acabar con la pobreza? Sin embargo, creo que en sus logros coinciden fanáticos y detractores: el aumento al salario mínimo (que no lo inició él y que fue un consenso con la iniciativa privada, pero que me parece igual de justo que cuelgue la medalla, lo importante es el resultado). El resultado del salario mínimo no provocó la catastrófica inflación que se esperaba, y aunque sabemos que toca a pocas familias porque la mayoría de las personas trabajan en la informalidad, y nada se hizo para cambiar eso, el resultado sigue siendo bueno. Terminó con el outsourcing, aunque varias dependencias federales siguen recurriendo a esta práctica. Y puso en la mesa la conversación sobre el racismo y el clasismo, aunque por supuesto, con fines políticos para deslegitimar a sus adversarios, pero me parece que durante mucho tiempo el enorme problema de México que califica a unos como ciudadanos de primera y de segunda, era un tema que ni siquiera se hablaba.
¿Qué hizo bien para los suyos? La estrategia de comunicación de las Mañaneras, mentir todos los días, poner nombres ridículos a sus adversarios, descalificarlos como interlocutores, dividir al país entre fanáticos y traidores, es egoísta, cruel, mezquino y eficaz.
Solo con ver los resultados de Morena en las últimas elecciones podemos darnos una idea, el país se ha pintado de guinda casi por completo, consiguió dejar a Claudia Sheinbaum con un poder ABSOLUTO, por los próximos tres años podrá modificar la constitución a su antojo y tendrá también en sus manos el control sobre el Poder Judicial. Si López Obrador hubiera sido el CEO de una empresa, habría tenido crecimientos históricos y hecho pedazos a su competencia. Eso no es bueno para México, pero sin duda es una gran noticia para los suyos.
En el terreno de lo reprobable es necesario hacer este recuento pues los propagandistas oficialistas han llenado ya varias planas de textos mesiánicos celebrando los logros de la autodenominada cuarta transformación, no exagero, una de ellas señaló sus logros como “multiplicó los panes y los peces”, la nueva presidenta de Morena se refirió a él como profeta.
Fifis, conservadores, maiceados, chayoteros, halcones, vulgares ladrones, hipócritas, corruptazos, sabiondos, señoritingos, pseudoambientalistas, vividores del erario, traidores a la patria, cuentachiles, opositores moralmente derrotados, mequetrefes, y otras tantas más. Todos estos motes fueron utilizados para referirse a la oposición, feministas, la prensa y los activistas. Nunca, al crímen organizado. Su bravuconería alentó a gobernadores a comportarse de la misma forma con la prensa local. Y está más que documentado el daño que el discurso de un líder carismático puede provocar en la vida real.
En seis años de gobierno y eternas horas de mañanera, nunca mencionó a una víctima de feminicidio por su nombre. Fue incapaz de recibir a las madres buscadoras, símbolo de la tragedia de los últimos 18 años. Tuvo un cinismo indolente al referirse a las masacres, la tragedia de inseguridad en Sinaloa y los jóvenes asesinados en Jalisco, cuando fue cuestionado por ellos fingió no estar escuchando y dijo que ya era hora de irse a desayunar. Destrozó el tambaleante sistema de compra de medicamentos y en cambio entregó la caricatura de la simulación, una “farmaciotota”. El ridículo de la no rifa de un avión, que se anunció como tal, y la burla de la comparación con Dinamarca en su último informe de gobierno. Un tren que no aspira a ir a más de 120 kilómetros por hora mientras el mundo transita a la alta velocidad, un presidente que miró al pasado para evitar el presente.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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