Por Pamela Cerdeira
El teléfono llevaba días sin funcionar, había que reportarlo y para eso necesitabas un teléfono que funcionara, lo cual ya era un reto, pues no había teléfonos celulares para llamar. En aquel entonces había un número en la casa y era el que se usaba para todo: llamadas de familiares, las llamadas con las amigas que bloqueaban por horas la comunicación de toda la familia, la llamada del enamorado o enamorada que colgaba en cuanto le contestaban, y las emergencias. Una vez que conseguías el teléfono de alguien más para reportar el tuyo, comenzaba la verdadera odisea: conseguir que fueran a reparar la línea. No, el reporte no era suficiente. Recuerdo a mi mamá cazando coches de Telmex en las calles; si tenías la suerte de toparte con un técnico, no lo dejabas ir. Había que abordarlo y no soltarlo hasta que pudieras llevártelo a tu casa y que te resolviera el problema, de otra forma tendrías que esperar meses, si es que tenías suerte.
¿Qué hubiéramos pensado en aquel entonces si alguien nos hubiera contado que cuarenta años después, podías publicar en X un comentario expresando tu furia por un servicio que no funciona bien, y de inmediato alguien te iba a responder para tratar de solucionarlo? O que si el servicio no era lo que querías, tenías en tus manos la herramienta más poderosa y temida de cualquier operador: podías cambiar de compañía.
Eso trajo la competencia: ya no es necesario perseguir técnicos, porque tú te vuelves en el objeto de persecución de los prestadores de servicio. ¿Más megas? ¿Redes sociales gratis? Te regalo el celular. Quédate conmigo y te voy a dar todo lo que quieras. La Reforma en materia de telecomunicaciones parece haber sido hecha con una terrible amnesia. Con el loable objetivo de conectar a todas las personas, el Estado emprendedor, con el que al parecer también sueña Claudia Sheinbaum, quiere ofrecer servicios de telecomunicaciones. Lleve su Amigo del Bienestar.
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