El horror a cinco días de la pesadilla

Desde que pegó el huracán, Francisco duerme con un machete a un lado de su cama para cuidar a su mamá y su casa.

El horror a cinco días de la pesadilla
Pamela Cerdeira

Por Pamela Cerdeira
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“A nightmare scenario is unfolding for southern Mexico this evening with rapidly intensifying Otis approaching the coastline.”
“Un escenario de pesadilla se está desarrollando para el sur mexicano esta tarde con Otis intensificándose rápidamente y acercándose a la costa.”
  • 9 pm hora de la Ciudad de México, 24 de octubre de 2023. Centro Nacional de Huracanes.

La pesadilla aún no termina, Acapulco, Guerrero 29 de octubre de 2023.

Son las diez de la mañana, la pequeña gasolinera en Joyas de Brisamar está trabajando, la fachada está destruida, solo la mitad tiene todavía el frente verde que la distingue, también por la mitad partido el letrero que anuncia el precio de la gasolina, cuelgan del techo pedazos de metal y contra la barda están amontonados fragmentos de lo destruido. 

Es difícil distinguir quién está trabajando y quienes son clientes, los únicos que portan uniforme son los elementos de la Marina, que armados están protegiendo uno de los pocos lugares que tiene combustible. Se ven pocos vehículos formados, y contrastan con las decenas de personas, bidones en mano, que llevan tres horas formadas para poder llenarlos, como Francisco. 

Desde que pegó el huracán, Francisco duerme con un machete a un lado de su cama para cuidar a su mamá y su casa, desde que pasó el huracán, no ha recibido ayuda, ni agua, ni comida, ni seguridad. A su lado un hombre me muestra una herida provocada por una lámina que salió volando, la curó como pudo, no hay atención médica; otro tuvo fiebre, se le enterró material oxidado, “lo resolvimos como antes se hacía”, me cuenta su acompañante. No todos quieren ser entrevistados, pero todos necesitan hablar, quieren respuestas. Una mujer joven, en aparente estado de shock, pregunta, ¿Qué dicen de nosotros? ¿Qué dijeron de nosotros todos estos días? ¿Por qué han tardado tanto en llegar? Puedes por favor decirme, ¿cuándo va a llegar la tormenta? Quiero tomar mi teléfono, buscar a qué se refiere, darle respuestas claras sobre los próximos fenómenos meteorológicos, pero no hay señal. 

Estamos por irnos de la gasolinera, me alcanza una de las personas con quien platiqué, pregunta si tengo billetes, y saca una bolsa repleta de monedas de $20 y $10, es que solo me aceptan billetes, necesito la gasolina, para cuando llegó a la bomba debía haber llevado al menos tres horas formado. ¿Por qué solo aceptan billetes? Pregunté a la despachadora. Es cierto, no lo sé, es la indicación que nos dieron. ¿Y tú cómo estás?, le pregunto. Mi casa está deshecha y entonces la mitad de su cuerpo se desmorona, pero se contiene, las piernas le resisten, tiene que seguir trabajando, se traga el llanto.

Estamos en el Aeropuerto Internacional de Acapulco, podría ser el aeropuerto de un pueblo abandonado. De un avión comercial bajan víveres, de un lado los miembros del Ejército, del otro lado La Marina cada uno llena su camión. Son cajas de distintos tamaños, todas vienen marcadas con palabra “DONATIVOS” en plumón negro. Son diez, son 40, son 43 toneladas, no lo tienen claro, pensando en la destrucción total que hemos visto a lo largo del recorrido bien podrían ser cien, y seguir pareciendo muy pocas. 

Ahora estamos en la Colonia Colosio, sorprende la velocidad con la que la gente se organiza para formarse detrás del camión con víveres, no hay megáfonos, ni grandes avisos, es ordenado, algunos llevan sombrillas para proteger del sol. Ahí está Odin de 29 años, se formó con Yamile quien será madre por primera vez en unas semanas. Quiero saber si no hay forma de que nos puedan apoyar ya sea la base Naval o un hospital privado o algo, no sabe en dónde podrán atender a su esposa si no hay hospitales, pregunto a nuestros acompañantes, tampoco saben. Saco mi teléfono, no hay señal. Es la primera vez que van a recibir una despensa. Se van con la despensa y la pregunta más importante sin contestar. Todas las personas en la fila comparten el dolor y la esperanza, a la par de sus historias particulares, la maestra que no sabe cuándo volverá a enseñar, la escuela quedó destruída; la mujer que agradece que ella y sus hijas estén a salvo; la joven que ha decidido no aceptar comida y que prefiere se la den a alguien más, ella solo quiere, repito, “solo” quiere agua. No ha pasado ni una cuarta parte de las personas que estaban formadas y la ayuda se ha terminado. Alguien grita, se acabó, se acabó, ya no se formen. Se esparcen como llegaron, sin demasiado ruido, como parvada que rompe filas. Sí fueron alertados, algunos refieren mensajes en su celular, otros el peritoneo pero nadie creyó que fuera tan grande. Boni me cuenta sobre un señor al que le cayeron los vidrios. Tres días después levantaron el cuerpo. Era imposible pasar, se inundó, y los caminos estaban bloqueados, la Marina y el Ejército fueron a limpiar. Y debo detenerme en la palabra limpiar, pues lo primero que se detecta al llegar a la colonia Colosio es el olor, es ácido, penetrante, podrido. En lo que habrían sido camellones se acumula la basura, colchones, ramas, aves muertas, comida echada a perder y la basura nueva que se va generando. Ve los cerros, ve los cerros, es la segunda vez que lo escucho, quedaron pelones, muertos, insiste. 

Llegamos a la Iglesia de Costa Azul, es un pequeño oasis en medio de tanto dolor. En el patio un par de niños están jugando. La iglesia está repleta y no son fieles, están esperando el milagro que les brinda en ese espacio instalado por un empleado de la Comisión Federal de Electricidad, es uno de los poquísimos lugares con energía eléctrica, así que un par de mesas dispuestas entre las bancas tienen enchufes y decenas de teléfonos conectados. Al llegar al 40% de pila tendrán que dejar su lugar al siguiente, si vienen después de las 10 de la noche podrán cargarlo a tope. Pero salir en la noche requiere valor, los saqueos y ausencia de autoridad tienen a la gente atrincherada en sus domicilios sin techos protegiendo lo que les queda. En el parque de enfrente, Marinos llenan garrafones de una planta potabilizadora de agua. Azucena acaba de bajar desde su casa, que está a más de media hora de camino, no trajo contenedor, no podrá llevarse agua. No ha comido y está buscando al médico, es hipertensa, no tiene medicamentos. A la entrada de la iglesia, hay una mesa repleta de medicamentos, la gente se acerca a ver si reconoce alguno que pueda necesitar. ¿Qué están buscando? Antibióticos, me dicen, paracetamol, lo que pueda servir. Quiero googlear algunos de ellos para identificar sus usos, no tengo señal.

Hay coincidencias en los relatos: si sabían del huracán, nunca dimensionaron su fuerza, llevan días sin recibir ayuda, la rapiña (que merece todo un texto aparte) los hirió, pues sienten que quienes se robaron cosas, también se las quitaron a ellos. Reina la incertidumbre ante un Estado presente por goteo y por las noches los abraza el miedo: no nos cuida nadie, me dijeron.

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@PamCerdeira

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