Ella (Parte 8)

Una tarde el neurólogo llamó a mi mamá, tenía finalmente lo que parecía imposible: un diagnóstico.

Ella (Parte 8)
Pamela Cerdeira

Por Pamela Cerdeira

Todo empezó con algo cuya comparación parecía hasta cómica, mi abuela estaba hablando como Ximena Sariñana, cashi shin querer, pero no era un acento impostado, empezó ashi, arrastrando las “ESES”. Se lo hice ver a mi mamá. A veces lo obvio nos pasa desapercibido por temor a enfrentarlo, como aquella vez que le dije a mi mamá que tenía que ir al ginecólogo, tenía años sin hacerlo, y me dijo que prefería no hacerlo, no fuera a ser que le encontraran algo. Pero yo estaba protegida por mi ingenuidad, falta de años y también ausencia  de filtros, así que dije sin freno “la reina está hablando raro”. Así comenzó la más irracional de las búsquedas, la que se hace cuando no se tiene un diagnóstico: empezaron por el dentista, quien aseguraba en sus más de diez visitas que se trataba de unas piezas que había dejado flojas, no fue así. Después un charlatán sostenía que cada uno de los tratamientos u operaciones que se había hecho, el cuerpo las registraba como una agresión, así que para curarla de esa agresión tenía que que ponerle decenas de inyecciones de xilocaina en cualquier lugar donde se hubiera recibido una “agresión”, incluídos los implantes que había puesto el dentista.

La cosa avanzó del cashi shin querer a que fuera imposible entenderle, pero mi abuela se negaba a escribir. Blua ruo amo, sonidos vomitados cuyo significado sólo podía adivinarse del contexto o sus gestos.  Podría regresar a ese momento, en el estacionamiento de un centro comercial, llamando a Locatel para preguntar algo, mi abuela insistiendo en hablar y la señorita del otro lado de la línea con una paciencia y amabilidad infinitas, blua ruo amo, la tensión en la línea, la señorita que no entendía y volvía a preguntar, mi abuela que repetía los mismos sonidos y yo sin posibilidad de quitarle el teléfono, pedirle que escribiera y yo hacer la llamada en su lugar.