Nunca fui una Barbie

Tengo pocos recuerdos de mi infancia, son como fotografías, no sé si decidí esconderlos o fue consecuencia de mi prisa por crecer.

Nunca fui una Barbie
Pamela Cerdeira
Por Pamela Cerdeira

Llevo días pensando en Barbies, unas cosas antes de la película y otras después. Este será mi intento por tratar de desenmarañar las  ideas que no han dejado de golpearme la cabeza y ¿arrugar? el corazón.

Tengo pocos recuerdos de mi infancia, son como fotografías, no sé si decidí esconderlos o fue consecuencia de mi prisa por crecer. Pero este es uno de los momentos más tristes de mi infancia. Debió haber sido una mañana de agosto, veranos lluviosos, cielos blancos/grises, una de esas que no invitan a salir al jardín, al parque no iba, era peligroso: a mis hermanos les robaban las bicicletas, a ti, a mi, te pueden robar a ti, me podían robar a mi. Estaba a punto de hacer una de mis actividades favoritas, sentada de rodillas frente a la casa de tres pisos de mis Barbies, mis Barbies despeinadas, la mayoría desnudas, pero a la vez todas perfectas. Estaba la Barbie Malibú, yo quería ser Barbie Malibú, el bronceado, el cuerpo, el bikini deportivo;  nunca he tenido el cuerpo, ni el bronceado, ni el bikini. Me sigo preguntando si estoy a tiempo de conseguirlo o debería (ya sería hora) empezar a verme con otros ojos y amar mis curvas. En mis veintes reclamé a Barbie su cuerpo perfecto, celebré cuando fueron diversas, pero ya tenía demasiados años como para identificarme.

Mis Barbies no “eran algo”, pero siempre hacían algo, y eso casi siempre tenía que ver con el amor. Tuve la Barbie con el botón en la espalda que al presionarlo movía la cabeza como si diera un beso, cuando Ken y alguna Barbie se encontraban yo podía sentirlo bajo el ombligo. Mis Barbies vivían solas, siempre me he preguntado por qué esa no fue una posibilidad para mi, es que ni siquiera la imaginé. Ellas tenían su casa, yo pensé que para tener la mía el único camino era casarme.

Están en el tercer piso, Barbie Malibu ve a Ken en espera de que diga algo, Ken no se mueve, no quiere hablar, Barbie tampoco, no hay cosquillas bajo el ombligo, no hay ganas de besarse, por primera vez no tienen nada que decirse. Yo no entiendo qué está pasando, y es que justamente ya no está pasando nada, me aburrí, dejé de ser niña, y fue la última vez que jugué con mis Barbies, el día más triste de infancia.

Rogué a mi mamá guardar mis muñecas para cuando tuviera hijas.

-Tus hijas van a jugar con muñecos de lasser -y así se fueron todas a la basura.

Mis hijas jugaron y juegan con computadoras, teléfonos inteligentes, y Barbies. Pensé en las Barbies de Erika, tenía prohibido despeinarlas, mucho menos desvestirlas. Nunca entendí por qué tenía que tener tantas reglas para usar sus juguetes. -Para cuando se las herede a mis hijas -contestó.

Tengo 26 años, vuelvo a jugar a las Barbies, ahora es con mi hija. Van en un coche, yo ya no sé cómo inventar los diálogos, la espero para seguirla.

-Qué tal que se robaron unos cigarros y se los llevan escondidos sin decirle a su mamá.

Tiene tres años ¿por qué quiere esconder unos cigarros? Luego llegó la edición de la Bella y la Bestia incluía a un Ken que con máscara era Bestia, sin máscara un príncipe de melena larga. Pam insistía que con máscara era Bestia, sin máscara era Bella. Después de explicarle varias veces sin éxito que los hombres podían tener el pelo largo, tomé las tijeras y acabé con la melena del príncipe. Convertí a la Bestia en un príncipe “rarito” (la referencia de “rarito” está relacionada con la película, no con nuestros prejuicios.) Jugamos pocas veces, yo tenía miedo de encontrarme con más sorpresas, o cigarros o explicaciones.

Así mi hija mayor heredó a la menor un caja con una mezcla irreconocible de piel de plástico desnudo. Mi mamá encontró una forma de hacerles vestidos con globos, el resultado era demasiado provocativo, Barbie profesión más antigua del mundo, les quitamos la ropa otra vez.

Me cuesta trabajo sentarme a jugar con Sofía, he descubierto que el tiempo pasa más lento cuando lo hago, así que pongo un límite.

-Jugamos diez minutos ¿va?

Diez minutos, le he puesto límite al tiempo que pienso dedicarle, me siento miserable pero es que no me gusta sentarme con las Barbies, no quiero inventar diálogos, no sé qué decir, las muñecas de mi hija quieren organizar fiestas, las mías tienen pendientes.

No sé si es simplemente que no me gusta, o que me duele el momento en que dejó de gustarme. O es que siempre fui una Barbie pero educada para convertirse en una familia Heart. No existe Barbie juego de té. Yo que crecí soñando con ser adulta, a los pocos años de haberlo conseguido estaba otra vez sentada en el piso jugando con bloques, quizá sea eso.

Fuí a ver la película. -No es para niños -me advirtió Lilian Briseño a quien me encontré en el cine. -Habla de feminismo, y patriarcado -qué mejor, pensé, sin preguntarme si quizá eran palabras demasiado largas para mi hija de seis.

No han pasado ni diez minutos de la película y la primera palabra grandota aparece en escena:. “Feminista”. La primera vez que me preguntaron si me consideraba una, tuve miedo a contestar. -Depende qué entiendas por feminista -respondí. Después pegué tímidamente una estampa en mi celular, y me preguntaba todos los días si merecía usarla.

Y la película siguió, (sin spoilers) lloré cuando la mamá juega con su hija. Reí a carcajada suelta, no sólo entendía a lo que se refería la cinta, entendí todo lo que no se decía.

-Desearía tener el botón de pausa para poder ir al baño -me dijo Sofía.

Mi esposo estaba viendo su teléfono, lo notó, de inmediato dijo, yo la llevo. Era el más estúpido y pequeño gran acto de emancipación. Yo no me casé con Ken, me casé con Alan. Alan es protagonista de su propia película, solo que no la conocemos, porque estamos viendo la de Barbie, y eso está bien. Alan es aliado, Alan a diferencia de todos los demás en la cinta, no está perdido, y aunque no use palabras para nombrarlo, reconoce cuando las cosas no están bien, y hace lo que puede para cambiarlo sin esperar reconocimientos, ni hacer ruido.

Quizá hoy sí me siente a jugar con mi hija, quizá hoy no use el reloj, quizá permita que mi propia muñeca empiece a hablar, quizá encuentre a la niña triste que se aburrió, quizá hoy me permita ser Barbie.

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@PamCerdeira

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