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Cinco vehículos de bomberos, cuatro ambulancias, una camioneta de protección civil, un par de patrullas. Ciento cuatro metros de un monumento a la impunidad que marca el sexenio de una guerra a la que a nadie le preguntaron si quería luchar. Quién iba a decir que aquella masacre que se justificaba diciendo que buscaba proteger a nuestros hijos de las drogas, iba a acabar mandándolos en pedazos a fosas clandestinas.

Ochenta kilos de lona: cien metros de largo, cuatro metros de ancho; dos personas: un hombre y una mujer; equipo para escalar y más de 16 horas para comenzar a desplegar un mensaje que tendría que cimbrar al mundo.

¿Son veinte mujeres? ¿Son cuarenta? Son las que están, más sus desaparecidos. También son las que no pudieron venir, y las que serán. Hay algo en sus ojos que no se ha visto en los medios en las últimas dos semanas, es lo que no tienen los diputados, ni los senadores, tampoco los larguísimos discursos y excusas para defender la militarización, es la dignidad de a quien le han quitado todo y sigue de pie.

Hasta Encontrarte es el nombre del colectivo de buscadoras de Guanajuato que nos mantuvo con la mirada en el cielo. Nunca antes la Estela de Luz había sido observada con tanta emoción. Viviana, su vocera, habla con los medios de comunicación, lleva haciéndolo desde las 6 de la mañana, ni las horas, el frío o el cansancio modifican su discurso, contesta amable, como si fuera la primera vez que se lo preguntan. Ella también busca, pero no cuenta su historia, habla de todas, de la presencia de los militares, de una carpeta de investigación que lleva tres años estancada, de las víctimas de una estrategia de seguridad fallida.

Platico con otra de las mujeres, ella ya encontró a su hija. No me atrevo a preguntarle cómo. “Hace tres años que la encontré, pero prometí no dejar el movimiento. Sí, yo la encontré, me dieron sus restos.”

Lo que sucedió ayer fue poderoso y conmovedor, fue el más grande “viva” entre tanta muerte. Fue la muestra de cómo puede hacerse escuchar en un país en el que nadie oye.

Finalmente después de 17 horas de espera, los primeros centímetros de la lona colgada se dejan ver. Las mujeres se unen en un círculo, se toman la mano y se escucha un Padre Nuestro. Siguen las consignas: “Mientras tú estás festejando, una madre está llorando.” Dicen la verdad, a solo seis kilómetros de distancia hay un magno festejo, el de los héroes que no están, el de los sueños de otros y las promesas vacías. En el Zócalo suenan los tigres del norte, pero los gritos de estas mujeres son más poderosos porque seguirán sonando mucho tiempo después de que termine el festejo.

@pamcerdeira

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