Por Pamela Cerdeira
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Ya hice un trato con ella -confesé- no puede molestarme hasta pasados los 85 años, debe llegar mientras estoy rodeada de amigos y familiares a media carcajada, sí, seré el quitarisas de la fiesta. De preferencia en marzo, porque habrá jacarandas por toda la ciudad, y es en una de ellas donde quiero que dejen mis cenizas.

Mi interlocutora me vio extrañada y me preguntó por qué le tenía tanto miedo a la muerte.

Nunca antes había pensado que se tratara de miedo, quizá sí, por eso la obligué a llegar un acuerdo del que desconozco si cumplirá su parte. Es que ella siempre está presente. Cuando estoy jugando con mis hijos y tengo esos segundos en los que me desprendo de la escena para observarla, como si fuese un espectador en el cine: tratando de captar cada fragmento de luz que compone la imagen, el sonido de las carcajadas, la temperatura, los olores; todo lo que sea posible para poder regresar a esa escena cuando quisiera repetirla. Esos segundos en los que observo mi dicha de lejos, es cuando aparece ella. La imagino como un ente sin rostro cubierto de pies a cabeza de una espesa tela negra, y se para a mi lado, me acompaña observando y sin palabras me dice: esto también se va a acabar.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.