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Por Pamela Sandoval

El Global Innovation Index 2025 (GII), publicado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, ubica a México en el lugar 58 entre 139 economías evaluadas. No es un desplome ni un ascenso: es una persistente meseta. Esta estabilidad, en apariencia inofensiva, revela en realidad un estancamiento estructural que debería preocuparnos. Mientras otras economías de ingreso medio escalan posiciones —como Malasia, India o Vietnam—, México se mantiene en un rango que ya no corresponde ni con su potencial económico ni con su tamaño demográfico ni con sus capacidades científicas instaladas.

El índice no mide únicamente cuántos recursos invierte un país en ciencia y tecnología, sino cómo convierte ese conocimiento en valor económico, institucional y social. Evalúa desde marcos regulatorios e infraestructura digital hasta sofisticación empresarial, calidad de la educación, inversión en capital humano, patentes, exportaciones de alta tecnología y producción creativa. Es decir, mide la solidez de un ecosistema de innovación. En el caso de México, los resultados muestran fortalezas limitadas y debilidades persistentes. Las instituciones funcionan relativamente bien en ciertos indicadores normativos, pero la inversión en I+D (investigación y desarrollo) sigue siendo una de las más bajas del continente, rondando apenas el 0.3% del PIB, cuando economías como Corea del Sur destinan casi el 5%. La articulación entre academia, gobierno e industria es débil, la política científica carece de continuidad, y el entorno para la innovación sigue fragmentado.

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