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Por Pamela Sandoval
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A 11 meses de gobierno, Claudia Sheinbaum se prepara para rendir su primer informe en medio de una narrativa pulida: hospitales que se abren, quirófanos que se reactivan, programas sociales que se amplían y una promesa de bienestar con rostro femenino. El discurso será impecable. La pregunta es si la realidad lo acompaña.

Ahí están las iniciativas que su administración exhibe con entusiasmo: la Pensión Mujeres Bienestar para mujeres de 60 a 64 años; la Beca Universal Rita Cetina Gutiérrez para familias con hijos en primaria y secundaria; el programa Salud Casa por Casa que promete médicos tocando puertas; y la construcción o reapertura de más de un centenar de hospitales y quirófanos. Sobre el papel, colocan a las mujeres y a los sectores más vulnerables en el centro de la política pública.

Pero el México que existe más allá de las estadísticas cuenta otra historia. En el Estado de México, personal médico ha salido a las calles a denunciar la falta de insumos y medicamentos. Hospitales que se anuncian como reabiertos no siempre tienen lo básico para atender. Las cifras de inversión contrastan con la experiencia cotidiana de quienes buscan antibióticos en farmacias privadas o llegan a un nosocomio donde la respuesta es la misma de siempre: “no hay”. Y en ese panorama son mujeres quienes cargan con las consecuencias: enfermeras que se multiplican para cubrir turnos imposibles y cuidadoras que, sin respaldo estatal, terminan sustituyendo a un sistema de salud que no llega.

El informe también aspira a presentar a Sheinbaum como una presidenta atenta a la vida de las mujeres. Sin embargo, el gran pendiente del trabajo de cuidados permanece intacto. El Sistema Nacional de Cuidados está en la ley, pero carece de presupuesto, estructura e instituciones sólidas. No hay suficientes estancias ni apoyos reales para quienes cuidan a personas mayores o con discapacidad. Sin redistribuir los cuidados, no habrá igualdad. Las mujeres pueden recibir transferencias, pero su tiempo sigue absorbido por un trabajo invisible que sostiene a las familias y, de paso, al país entero.

Otro flanco problemático es la burocracia paralela de los llamados Servidores de la Nación: decenas de miles de operadores desplegados en comunidades marginadas, con tareas difusas, condiciones precarias y un evidente potencial de uso político. La cercanía con la gente es valiosa, pero si se traduce en dependencia clientelar y no en derechos efectivos, lo que se edifica no es bienestar sino control. En el caso de las mujeres, históricamente condicionadas a recibir apoyos a cambio de lealtades, el riesgo de cooptación es mayor.

Es cierto que Sheinbaum se ha diferenciado de López Obrador en las formas: menos confrontación, más administración; menos épica, más técnica. En el fondo, la lógica se mantiene: programas sociales como remedio inmediato a desigualdades estructurales que exigen mucho más—educación integral, redes de cuidado, políticas de empleo con perspectiva de género y un sistema de salud universal y digno. Ahí se definirá si su presidencia será continuidad disciplinada o un intento serio de transformación.

El respeto a la institución obliga a reconocer avances. La crítica exige poner sobre la mesa lo pendiente. El primer informe dirá mucho—tal vez demasiado—en aquello que decida callar: hospitales sin medicinas, cuidadoras olvidadas, derechos de las mujeres postergados en aras de una política social que alivia, pero no emancipa.

La verdadera pregunta no es si la presidenta ha hecho más que sus predecesores, sino si dará el salto que ellos no dieron: convertir apoyos en derechos, dependencia en autonomía y paliativos en transformaciones. De lo contrario, aquello que se presenta como feminista corre el riesgo de ser solo una versión más amable del mismo paternalismo de siempre.

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@lpamelasandoval

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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