Por Raquel López-Portillo
La operación Midnight Hammer, este sorpresivo y coordinado ataque estadounidense a tres de las instalaciones nucleares de Irán, marca un antes y después en Medio Oriente. Pese a que el contraataque iraní y el posterior anuncio de Estados Unidos de un cese al fuego total (por verificarse) apuntan a una posible desescalada del conflicto, las piezas del tablero se han reorganizado de tal forma que han trastocado efectivamente la arquitectura de seguridad regional dando pie a una nueva jerarquía de poder.
La operación militar de Estados Unidos fue, a todas luces, una victoria para el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. No sólo porque logró involucrar a Estados Unidos en su estrategia, pese a que la administración de Trump había apostado a las negociaciones diplomáticas, sino porque en apenas unos días, el gobierno de Israel logró atentar directamente en el corazón nuclear del régimen iraní, redirigió la atención internacional lejos de su impopular e inhumana guerra en Gaza y de los problemas legales domésticos de su mandatario. Netanyahu ha sido acusado de corrupción, ha enfrentado protestas masivas y se encontraba políticamente cercado bajo una coalición endeble. Hoy, su imagen dentro de Israel está revitalizada: encarna la figura de la persona que aparentemente logró eliminar la base de una de las principales amenazas existenciales a su Estado.
Además, estos hechos consolidan el estatus de Israel como superpotencia nuclear (aunque no declarada) en la región. Paradójicamente, mientras Israel nunca ha permitido inspecciones de su programa, Irán —bajo el paraguas del Tratado de No Proliferación Nuclear— ha sido objeto de restricciones sistemáticas. Esta asimetría geopolítica hoy juega a favor de Tel Aviv. Incluso si los efectos materiales sobre el programa nuclear iraní son inciertos —puede que existan centrifugadoras que hayan sobrevivido al ataque o pilas de uranio enriquecido que hayan sido movidas previamente— el golpe político está dado.
En el caso de Irán, su contraataque con misiles hacia la base Al-Udeid en Qatar le permitió tener una retaliación simbólica, pero sin efectos aún más adversos. Sin embargo, difícilmente será el único golpe que dará. Es altamente probable que la apuesta de Teherán sea una respuesta a mediano plazo en donde su prioridad inmediata sea reconstruir capacidades nucleares y reactivar su red de alianzas armadas. Este es un escudo necesario para la supervivencia del régimen. También está sobre la mesa la posibilidad —confirmada por inteligencia occidental— de activar células terroristas fuera de Medio Oriente.
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