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Por Rita Alicia Rodríguez

¿Cómo se transforma una industria cuando su liderazgo simbólico deja de estar en manos de una sola figura?

La salida de una figura icónica en el núcleo editorial de la moda no representa únicamente un cambio de estafeta, sino una señal más profunda de transformación. Ya no se trata solo de quién ocupará el rol, sino de cómo evolucionarán los modelos editoriales que, durante décadas, no solo definieron la industria, sino que también se transformaron, se deconstruyeron y redefinieron qué se ve, qué se valora y desde dónde se aporta. En este nuevo ecosistema, lo editorial ya no puede sostenerse solo en el estilo: hoy exige visión y seguir el camino construido hacia la apertura.

Anna Wintour no solo deja un puesto (que igual seguirá liderando desde otros roles y enfoques), sino una figura simbólica que inevitablemente generará incomodidad, juicios y reinterpretaciones ahora que deja la silla.  Al centrarse una visión (un poco de ese mito donde sólo su voz lo dictaba todo) se fractura un modelo editorial que representó una forma específica de entender el lujo, la autoridad, la narrativa y el impacto; es decir, el reto tendría que venir con un seguimiento al cambio estructural y entonces…

¿Qué dirección tomará esta industria cuando su máximo referente deja el centro?

Para empezar, las audiencias actuales son fragmentadas, críticas, proactivas. Exigen diálogo, no imposición. Actualmente, el escenario editorial es desafiante en un marco más descentralizado e interactivo, donde la prescripción no se impone desde una portada, sino que se negocia en comunidades digitales, se reconfigura en la conversación, se viraliza y se retroalimenta desde los múltiples entornos personalizados y creativos.

El futuro editorial debe continuar adaptándose y la van teniendo clara (los últimos 20 años son evidencia de esto): menos dependencia de figuras centralizadas, menos reglas y más legitimidad compartida a través del diálogo, la inclusión y la coherencia. 

En lo visual, la narrativa editorial de los últimos años ha estado orientada en un minimalismo estético seguro pero predecible, ¡demasiado! Un lenguaje visual que termina siendo intercambiable, y esto es fatal cuando compites como una opción de inspiración, de identidad o de cultura. Porque si todo se parece, nada se distingue. Y si nada se distingue, la relevancia se diluye, entonces, ¿con qué y con quién te quedas?

Ese estilo fue tomando un rumbo distante, casi despersonalizado. Y aunque se han intentado explorar otras estéticas (cotidianas, disruptivas o emocionales) lo cierto es que las imágenes necesitan volver a contar historias. Escenarios y diseños que no solo se vean bien, sino que nos hablen de nosotros, de los otros, y de los mundos posibles que aún podemos imaginar (sin forzarlo).

Entre el modelo editorial y el modelo de negocio es claro que las marcas no solo buscan visibilidad. Buscan narrativas cercanas, plataformas con enfoques socialmente responsables y aportar experiencia en las audiencias. Por lo tanto, quienes producen contenido deben seguir respondiendo con estrategia: abrir conversación y amplificar otras voces desde distintos enfoques editoriales, culturales y de impacto.

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