Huracán Otis: La energía no se destruye, solo se transforma

La energía de Otis representa la energía solar de este verano, el más caluroso en la historia del mundo moderno, al menos desde que se tiene medición, convertida en viento y agua.

Huracán Otis: La energía no se destruye, solo se transforma
Rosanety Barrios

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Rosanety Barrios - Huracán Otis: La energía no se destruye, solo se transforma
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Por Rosanety Barrios
“Así como toda carencia es desgracia, toda desgracia es carencia” - San Agustín

Por primera vez en nuestra historia conocida, un huracán de categoría 5 en la escala Saffir-Simpson, azotó la costa guerrerense del territorio mexicano. Al momento de escribir esta columna, todo parece indicar que afortunadamente las pérdidas humanas son escasas o nulas y no hay información suficiente para dimensionar los daños materiales, si bien se empiezan a difundir imágenes de los daños brutales para el puerto de Acapulco. Lo que la literatura especializada indica, es que un huracán categoría 5 provoca daños catastróficos a la comunidad que lo experimente.

Para la ciencia, la formación de este huracán es en sí misma todo un fenómeno digno de estudio. En solamente doce horas, su energía se intensificó exponencialmente, haciéndolo pasar de tormenta tropical a huracán categoría 5. 

La energía de Otis representa la energía solar de este verano, el más caluroso en la historia del mundo moderno, al menos desde que se tiene medición, convertida en viento y agua. La primera ley de la conservación energética en toda su expresión: “nada se destruye, todo se transforma”

No pretendo filosofar. Mi intención es unirme al grito desesperado de millones de seres humanos que clamamos por una acción climática inmediata, antes de que sea demasiado tarde.

Mientras los tomadores de decisión siguen deshojando la margarita con argumentos tan fútiles como el que México sólo aporta el (ponga aquí el porcentaje que le haga sentir más cómodo, las mediciones oficiales indican que es alrededor del dos por ciento) de las emisiones globales totales, fenómenos como Otis en Guerrero, Uri en Texas, y veranos cada vez más calurosos serán la constante; ya vimos que la energía no se destruye, seguirá transformándose en fenómenos naturales desastrosos, con una gran dificultad para predecirlos. Ya Otis nos lo demostró.

Evitar que la temperatura global suba en promedio por arriba de 1.5 grados centígrados respecto a la temperatura preindustrial es, por mucho, el mayor reto que la humanidad enfrenta, al menos así lo indica el World Economic Forum.

Por lo pronto, la temperatura ya aumentó 1.2 grados centígrados y el mundo está lejos aún de entrar a la ruta de consumo energético y control de emisiones que nos permita respirar tranquilos, tal como lo indica la Agencia Internacional de Enegía en su “World Energy Outlook” 2023. 

La crisis climática nos afecta a todos, independientemente del lugar en el que se origine el mayor número de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Por esa razón es que la colaboración internacional es indispensable. Ningún país puede controlar solo el fenómeno.

La ciencia climática nos dice que es necesario adoptar dos tipos de medidas en esta lucha; por un lado, las de mitigación, que engloban todas las acciones necesarias para disminuir el nivel de GEI que emitimos a la atmósfera, como sustituir combustibles fósiles por electricidad para movernos por ruedas y que esa electricidad sea generada en una mayor proporción con tecnologías renovables en lugar de carbón y gas.

Por el otro, están las medidas de adaptación al cambio climático, que son aquellas que nos permitan generar condiciones de seguridad en medio de la crisis que ya estamos viviendo. Esto es, adaptar la vida a las nuevas circunstancias. Para ello, es necesario modificar toda la infraestructura desarrollada para otras condiciones climáticas.

Puertos, carreteras, casas habitación, aeropuertos, sistemas eléctricos, de gas y de agua, todo eso requiere de refuerzos y nuevos criterios para hacerlos más resilientes. Está claro que tiene un costo, pero es mucho menor al del daño evitado.

¿Quién debe pagar por todo eso? No hay duda, somos todos nosotros. Con los impuestos, con inversiones directas, con hipotecas flexibles que respondan a nuevas normas de construcción, en fin, con todo un mecanismo de financiamiento climático que aún estamos esperando que se despliegue en el planeta, pero que requiere de una acción decidida de gobiernos y ciudadanía.

¿Qué ha hecho México en esta materia? En esta administración, básicamente invertir en una refinería, autorizar a Pemex a vender diesel de alto azufre, destruir manglares, fomentar la deforestación y evitar a toda costa la penetración de energía renovable en el sistema eléctrico nacional. Eso por lo que se refiere a la “mitigación” (no puedo más que usar las comillas), mientras que por el lado de la “adaptación”: destruir el FONDEN, acabar con capital humano especializado, desaparecer instituciones, ausentarse de la conversación climática internacional y…¡ah claro! otorgar un enorme subsidio para quienes fabriquen automóviles eléctricos, siempre que inviertan entre este año y 2024, pero no vaya usted a pensar que hay contradicción con la refinería, es solo para asegurarnos la inversión de cierta planta en Nuevo León.

Los efectos de la crisis climática solo pueden incrementarse. Los invito a construir ciudadanía, modificar sus hábitos de consumo, y sumarse a la exigencia:

¡acción climática ya!
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@rosanetybarrios

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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