Por Sandra Romandía
El escándalo estalló el domingo pasado, cuando Aristegui Noticias reveló a todo color que “Andy” López Beltrán, hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador, se permitió gastar 177 mil pesos durante 14 días en Tokio, incluyendo una sola cena que superó los 47 mil pesos. Días antes de ese reportaje, ya lo habían captado en fotos junto al legislador Daniel Asaf, en el lujoso hotel The Okura Tokyo, uno de los tres más prestigiados de Japón.
Llegado ese momento, mi conclusión era directa: Japón no es Inglaterra, ni Suiza, ni ninguna de esas capitales europeas que presumen tarifas estratosféricas. Lo digo con conocimiento de causa: acabo de regresar de allá este verano y puedo afirmar que el país no sólo se ha vuelto razonable, sino insospechadamente accesible para quien viaja desde fuera. El yen, deliberadamente devaluado como parte de una estrategia gubernamental para estimular el turismo, aliviar la deuda pública y robustecer las exportaciones, ha convertido a Japón en un destino amigable para el bolsillo extranjero.
Con esa moneda debilitada, me hospedé en un hotel de cuatro estrellas, en una zona privilegiada de Tokio, por apenas 80 dólares la noche. Comer con dignidad —e incluso deleite— costaba entre 15 y 35 dólares, en lugares sobrios pero memorables. Moverse en tren bala o disfrutar la ciudad no requería hacer malabares financieros. Japón, hoy, se comporta más como anfitrión generoso que como élite impenetrable.
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