Por Sandra Romandía
Hay Nobel de la Paz que son como espejos rotos: cada fragmento refleja una versión distinta de la justicia, del heroísmo y de la conveniencia política. El de María Corina Machado pertenece a esa categoría. Una distinción que brilla por su simbolismo, pero que, al acercarse demasiado, muestra aristas filosas: una mujer que resiste, un régimen que persigue, un país que se desangra… y una comunidad internacional que juega ajedrez mientras habla de paz.
Porque sí, el Nobel a Machado tiene algo de epopeya y algo de maniobra. Es el reconocimiento a una mujer que ha resistido un régimen autoritario con una temeridad que raya en lo quijotesco: ha vivido escondida, ha enfrentado inhabilitaciones, amenazas y difamaciones, y aun así se ha mantenido como una voz opositora en medio de una dictadura que disfraza su represión con discursos bolivarianos.
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