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Por Sandra Romandía

México respira un aire prestado. Un aire que huele a negligencia, a cinismo y a la espuma tóxica del olvido.

La historia comenzó en plena pandemia, cuando los ventiladores de Philips se presentaron como el oxígeno que salvaría vidas. Cuatro años después, son el recordatorio de que en este país lo que se prohíbe con discurso se permite con silencio.

Hace unos días, en la conferencia matutina, la presidenta Claudia Sheinbaum y la secretaria de Anticorrupción y Buen Gobierno, Raquel Buenrostro, aseguraron que “todos los ventiladores defectuosos de Philips ya fueron retirados”. La frase pretendía cerrar un capítulo incómodo. Pero los documentos que obran en poder de EMEEQUIS —y que yo misma he verificado en reportes de instituciones públicas de Tabasco, Querétaro y otros estados— confirman lo contrario: los ventiladores siguen ahí, con el riesgo de ser conectados a pacientes reales en hospitales públicos y privados también. 

Y lo más peligroso no es que sigan encendidos: es que el gobierno lo niegue.

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