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Por Sandra Romandía

Alguna vez lloré dentro de un penal. Fue en el estado de México, en Chiconautla, al dar la media vuelta tras despedirme de mi entrevistado, Humbertus Pérez. Él, un luchador social contra las inmobiliarias que edificaron millones de viviendas defectuosas para el segmento de interés social, estaba preso.  Él, quien había denunciado al entonces alcalde de Tecámac, Aarón Urbina Bedolla, por haber actuado en contubernio con estas empresas que abusaron de la necesidad de la gente. Él, quien señaló directamente a Eruviel Ávila -en ese tiempo, gobernador-  de proteger al edil que lo perseguía. Él, quien pasó 4 años de su vida tras las rejas por un delito que no cometió y finalmente salió con un "es usted inocente", lo que confirmó la venganza de la que fue víctima.

En aquella visita a la cárcel, por allá en 2017, me contó cómo gritó de rabia y dolor por la muerte de su madre, ya que a Humbertus le negaron el derecho que tenía de salir al funeral. Lo ví pálido, más delgado, con algunos tics nerviosos que no tenía antes (yo había seguido su lucha desde años atrás). Me sentí sumamente indignada, preguntándome cómo era posible que el PRI mantuviera esas prácticas autoritarias, antidemocráticas y haciendo sufrir a su población, y cómo su gente seguía votando por los candidatos emanados de ese partido.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.