Por Sara Reynoso
Sin darte cuenta puede ser que te encuentres viviendo en piloto automático o peor aún, perdiendo a cada paso la ilusión de vivir.
Llegamos a este planeta siendo seres luminosos, inocentes, llenos de gozo, pero poco a poco la vida nos va poniendo pruebas y obstáculos que nos harán desistir del optimismo una y otra vez. Siempre he visto la vida y la espiritualidad como un juego de serpientes y escaleras, ese juego en el que te sientes cerquita de la meta, del cielo y de la gloria y de pronto, pum, algo pasa y vas en caída libre a volver a empezar con el ánimo por los suelos.
Llevo más de una década trabajando con energía y descifrando el inconsciente humano, es increíble la cantidad de personas que suave y silenciosamente van perdiendo la ilusión de vivir. De pronto llegan a consulta y me dicen: No se porque no le encuentro sentido a mi vida, lo tengo todo pero no me siento feliz y mucho menos satisfecha….
Tiene muchísimo que ver con volvernos zombies del sistema, olvidar quienes somos, trabajar al límite sin tomar en cuenta las necesidades de nuestro cuerpo, o peor aún, estar en relaciones que nos drenan de a poquito y de pronto descubrimos que nada nos ilusiona, creemos que es un burn out por cansancio pero nos vamos de vacaciones, dormimos 10 horas seguidas y en cuanto retomamos la rutina de la vida, ¡nada cambió! La ilusión de vivir se esfumó.
Nos espantan los casos de depresión y suicidio, últimamente he tenido muchísimos de éstos en consulta; pacientes sumamente jóvenes que intentan acabar con su vida, o son ingresados a psiquiátricos por profundas depresiones pero muchas veces, simplemente se trata de volver a conectar con la ilusión de vivir. El porcentaje más grave, es la cantidad de personas que ya ni siquiera recuerdan que las hace felices, de pronto es fácil instalarse en el piloto automático e ir a la oficina, cuidar de los hijos o del esposo y ¿el deleite? ¿Qué es eso?
Hace algunos meses mi hijo de 21 se fue a estudiar al extranjero y de pronto me sentí sumida en una depresión enorme, descubrí que mi vida los últimos años se había resumido a trabajar para sobrevivir y a sacar adelante a mis hijos.
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