Document
Por Sara Reynoso

Soy terapeuta y sanadora energética desde hace 12 años. He visto pasar por mi consultorio infinidad de niños con pesadillas y adolescentes o millennials con temas de depresión, intentos de suicidio y situaciones psiquiátricas. La verdad, mi conocimiento sobre la psiquiatría era nulo y se reducía a esas imágenes tremendas que de pronto nos pone el cine en Hollywood.

Cada vez que una mamá me decía: “van a medicar a mi hijo/a”, yo, con todos mis tabúes y desconocimiento del tema, respondía: NOOOOOOOO. No lo permitas, por favor. Sin embargo, muchas me decían: “ya está medicado, su papá así lo quiere, etcétera”. Entonces acompañábamos el proceso psiquiátrico con sostén terapéutico desde la sanación energética para aligerarlo.

Este año me empezaron a llover pacientes muy jóvenes que estaban o habían estado internados en centros psiquiátricos. Yo me preguntaba: ¿Por qué me estás mandando todos estos casos, Dios? Siguiendo mi vocación y mi papel de servicio, pero muy temerosa, comencé a atenderlos y a sentirme profundamente orgullosa de los comentarios de los papás, que iban desde: “hace muchísimo tiempo que no veía así a mi hijo/a” o “gracias, no sé qué le hiciste a mi hijo/a, pero es otro/a”.

Y sí, la energía es GRANDIOOOOOSA, por algo cambié de carrera a los 40 y empecé a estudiar todo lo referente a Metafísica y Energía Transpersonal.

Como nada es coincidencia en la vida, a principios de verano me vi en mi casa en tremenda encrucijada que implicaba acudir o no al psiquiatra por un tema familiar. Hoy quiero compartirles que al estar ahí sentada, observando el trabajo de un prominente psiquiatra y leyendo todo lo que estaba a mi alcance sobre trastornos mentales, me di cuenta de que la palabra nos suena intimidante, tremenda y nos atemoriza porque es territorio desconocido para muchos. Pero descubrí que muchísimos de nosotros, seres humanos que nos catalogamos como “normales”, tenemos algún trastorno no diagnosticado o identificado.

Como terapeuta, y habiéndolo vivido en carne propia desde mi adolescencia hasta pasados mis 40, sufrí un trastorno alimenticio que consistía en verme y sentirme gorda aunque pesara 47 kilogramos y mi índice de grasa estuviera por debajo de lo normal. Por otro lado, llegué a pensar que mi ansiedad se debía a que era poco tolerante, que era distraída y por eso no podía enfocarme al 100% en algo o estarme quieta. Y de pronto, lo que creemos que es parte de nuestra personalidad, al leer e ir más allá, resulta que es un trastorno mental en mayor o menor medida.

Amo que hoy en día niños y adolescentes tengan acceso a infinidad de terapias desde una edad muy temprana. Amo que haya información por todas partes —desde Chat GPT, aunque todo lo que diga Chat GPT deba verificarse, hasta libros enteros en las redes—. Amo que ya no nos conformemos con un diagnóstico y vayamos por más. Amo que la ciencia y lo esotérico por fin se estén uniendo y combinando.

Amo que los papás ya no apaguen la luz del cuarto de sus hijos diciendo: “aquí no hay nada, duérmete”, y que los lleven conmigo para que les enseñe cómo cerrar portales, cómo protegerse y cómo conectarse con su lado divino. Es increíble cómo los niños, cuando les explico que en el mundo energético existen el bien y el mal, lo entienden perfecto y en 3, 2, 1 lo integran a su día a día, de forma mucho más fácil que nosotros, los adultos.

SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA...

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.