Por Sofía Enciso*
Hablar de El Salto y Juanacatlán, Jalisco, en la Cuenca Alta del Río Santiago, en el occidente de México, es hablar de la contaminación ambiental, la cual se ha convertido en una condición cotidiana que amenaza nuestra salud y nuestra vida. Durante décadas, la cuenca ha recibido descargas industriales provenientes del 2do. corredor industrial más importante del país, además de las agroquímicas y municipales, que han deteriorado gravemente la calidad del agua, del aire y del suelo. Lo que antes fue un río vivo, hoy es un símbolo de abandono institucional, de un modelo industrial que prioriza la producción económica sobre el bienestar de nuestras comunidades.
La exposición a diversos tipos de contaminantes (metales pesados, solventes químicos, compuestos orgánicos volátiles e hidrocarburos), provenientes de descargas y emisiones industriales principalmente, afecta todos los aspectos de la vida diaria. No solo es la pérdida de la relación directa con el río, con sus aguas, sino también con el aire que respiramos, del polvo que se acumula en nuestras casas, del olor que se levanta con el viento día y noche y de la incertidumbre constante sobre la cantidad y calidad del agua que llega a nuestros hogares. Vivimos rodeadas de toxicidad sin haberla elegido. Las rutas de exposición permanente y prolongada en el tiempo, desde la industria hasta nuestros hogares, han dejado una huella visible en la salud de nuestras familias, riesgos y daños que se normalizan en un entorno devastado, despojado de los bienes inconmensurables de la naturaleza, que permitían la subsistencia en estos pueblos. Hoy la vida cotidiana se ve atravesada por la preocupación y la vigilancia constante, nuestro cuerpo está obligado a resistir lo que debería ser inaceptable.
Los estudios científicos más recientes, desarrollados por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, nos muestran los altos niveles de sustancias tóxicas en nuestra sangre y orina, valorados por encima de la normatividad laboral. La investigación es muy amplia, se analizó la matriz ambiental y humana, los resultados del estudio revelan presencia de tóxicos en suelo, aire, agua y sedimentos a lo largo del territorio, y las mismas sustancias en nuestros cuerpos, se hizo una muestra con niños y adultos a finales del 2024, destacan en la estadística general, algunos metales pesados y metaloides, como son: Arsénico en 23.5% niños de El Salto, Plomo en 100% de la población muestreada, Cadmio en 47% niños y 59% en adultos de El Salto, Mercurio en 59% niños de El Salto y Juanacatlán, Aluminio en 100% de la población, Cromo en 23% adultos de El Salto, Manganeso en 64% niños de Juanacatlán, Níquel en 100% de la población, Hidroxipireno en 50% niños de Juanacatlán. Con sus consecuentes riesgos de daño a la salud, que van desde cambios en la piel, neurológico, renal, reproductivo, pulmonar, óseo, respiratorio, hepático, alergias, infertilidad, trastornos hormonales, cáncer y cansancio crónico.
Para nuestras comunidades las consecuencias son profundas. Además de enfrentar los impactos toxicológicos, también realizamos las tareas de cuidado de nuestros familiares con problemas de salud. Salir de la comunidad para ser atendidos en los hospitales de especialidad, manejar la pobreza que nos embarga cuando la enfermedad toca nuestras familias, además de administrar problemas sustanciales, como es el agua disponible que escasamente llega a nuestras casas, así enfrentamos el estrés emocional de ver a nuestra comunidad enfermar sin respuestas claras.
Frente a esta realidad, desde estos pueblos, con sus habitantes decaídos y cansados, no hemos permanecido en silencio. Desde hace años, nos hemos organizado denunciando la catástrofe, generamos un sinfín de acciones, desde ferias de salud ambiental, jornadas informativas, denuncias públicas, amparos y esfuerzos por documentar la genealogía del desastre. Hemos tejido redes de apoyo, con otros pueblos, organizaciones y académicos, hemos tocado puertas que muchas veces se cerraron y hemos luchado para que nuestras voces sean escuchadas más allá de la Cuenca que nos convoca.
Esta resistencia, se ha fortalecido ante el avance descontrolado del crecimiento industrial y la amenaza de instalación de nuevos megaproyectos como son las termoeléctricas. Estos proyectos, se anuncian como promesas de desarrollo económico, pero representan más emisiones, descargas, residuos peligrosos, más riesgos, más demanda de agua y más presiones sobre un territorio ya severamente afectado, que ya llegó al límite de su capacidad de carga. Para nosotras, aceptar ese crecimiento, sin garantías, es aceptar más enfermedades, más contaminación y más peligro para nuestras familias. Todos sabemos que ya no es posible avanzar con este paradigma desarrollista. Por eso salimos a protestar ante el gobierno del estado de Jalisco. Porque entendimos que la defensa de la vida requiere visibilidad, colectividad y firmeza, sabemos que la salud no es negociable, porque la historia nos ha enseñado que los derechos se conquistan, ejerciéndolos.
No protestamos por capricho, sino porque hemos probado todas las vías institucionales y aun así las afectaciones continúan, hoy es una exigencia fuerte y clara: Un alto inmediato a la expansión industrial que amenaza con agravar la crisis socioambiental, así como la implementación inmediata del Plan de Atención y Prevención de Daños a la Salud por Contaminación Ambiental en El Salto y Juanacatlán, freno a sus gestiones y autorizaciones para la instalación de las termoeléctricas en nuestros municipios. No más permisos para nuevos parques industriales, logísticos, nuevas fábricas y fraccionamientos habitacionales, en la subcuenca de El Ahogado, que paren de ofrecer casas, que traigan a nuevos vecinos a envenenarse, y que todo esto, quede explícito en los nuevos programas y planes municipales de ordenamiento y desarrollo urbano.
Desde el río Santiago estamos de pie, porque sabemos que defender el territorio es defender la vida presente y futura. Luchamos, no desde el miedo, sino desde el amor profundo y la esperanza de la vida digna para nuestras comunidades, por nuestras familias y por quienes vendrán después. El derecho a vivir en un ambiente sano no es una aspiración: es una obligación del Estado y una exigencia que seguiremos llevando a las calles, a los foros y a cada espacio donde se decida el destino de nuestro territorio.
¡Tierra, agua y aire limpios para nuestros pueblos!
*Sofía Enciso, habitante de El Salto
Agrupación Un Salto de Vida.
Nací y crecí en distintas localidades de El Salto, algo que me permitió ver el desarrollo de la industria y la desaparición de los cuerpos de agua, los últimos 20 años he pertenecido a la defensa territorial a través de la Agrupación Un Salto de Vida. Actualmente continùo viviendo en El Salto, soy madre 24/7, trabajadora y estudiante de la Ingeniería en Ciencias Computacionales.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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