Por Sofia Guadarrama
Hoy te llamarás Lidia. No importa si eres hombre o mujer. Tu nombre es Lidia. Es la mañana del sábado 12 de octubre. Como todos los días, le preparas el desayuno a tu nieta Lidia, quien se llama como tú. Tu niña hermosa. Siempre tan cariñosa, sonriente, curiosa y llena de vida. Increíble lo rápido que pasa el tiempo. Ya tiene 8 años la chamaca. Parece que fue ayer cuando la cargaste por primera vez en el hospital. Tu nieta recién nacida te sacó un par de lágrimas de alegría y muy pronto se convirtió en la luz de tus ojos.
Como todos los días, le cepillas el cabello y le hace una trenza mientras ella te cuenta que la miss les dejó hacer de tarea una presentación sobre el día de la raza. Intentas recordar lo que aprendiste en la escuela hace tantos años.
—Cristóbal Colón descubrió América en mil… —Haces una pausa tratando de recordar.
—En 1492 —agrega tu nieta y sonríe orgullosa de su conocimiento.
—Sí. —asientes mientras le acomodas unos moños en el cabello.
—Voy a necesitar una cartulina —informa.
—Sí, mi vida; en la tarde vamos por ella —le respondes.
Lidia te pide permiso para jugar un rato. Siempre ha sido muy educada. Le encanta jugar con amigos, asistir a clases de música y danza, leer libros infantiles y de aventuras, realizar manualidades, dibujar, pintar, jugar con plastilina, ir de paseo a parques, a zoológicos y realizar actividades al aire libre.
Desafortunadamente, las actividades y juegos al aire libre no se las permites. Nuevo Laredo, Tamaulipas, cada día está más peligroso.
—Pero, abue, sólo vamos a jugar aquí en la banqueta —te ha respondido infinidad de veces, deseosa de convencerte.
—No —le has contestado de manera rotunda—. Si quieren jugar, aquí en la casa. El patio es bastante grande para que corran.
Aunque inconforme, Lidia Iris siempre obedece. Es una niña muy obediente. Pasa la mitad del día en su recámara jugando y viendo la tele. Más tarde llegan las tías, tíos, primos y primas para comer y el día se les va como agua entre los dedos.
A las 6:45 de la tarde, cuando ya todos se marcharon, llevas a tu nieta a la papelería en el Fraccionamiento Palmares… Pero en el camino, al dar las 7 de la noche, ocurre un accidente automovilístico y tu auto queda prensado entre dos camionetas. Por si no fuera suficiente elementos de Guardia Nacional se acercan a los autos colisionados y comienzan a disparar hacia ustedes. ¡Sí!¡Hacia tu auto! Donde se encuentra tu nieta Lidia Iris, agachada en el asiento delantero. Intenta resguardarse de las balas que disparan los elementos de la Guardia Nacional.
—¡Oh, Lidia! ¡Lidia! —gritas aterrada.
Te apresuras a protegerla, pero no puedes. Te acercas a ella, la abrazas, le hablas, la agitas, en tus manos sientes la sangre que escurre de su cabeza. Lidia Iris no responde. Sientes que se te acaba la vida en un suspiro, que se apaga la luz de tu vida. «Oh, Lidia. Lidia. Mi niña». Escuchas voces a lo lejos. Sirenas. Gritos. Pierdes la noción del tiempo y el espacio.
—Galván Reséndez —bisbisas de pronto como si salieras de una hipnosis.
—¿Cuál es su nombre completo? —te pregunta una voz. No sabes quién es. No sabes dónde estás. No sabes qué demonios está ocurriendo. No sabes nada en este maldito instante en el que tu nieta no te responde. No reacciona. «¡Mi niña, resiste!»
—¿Cuál es su nombre completo? —insiste la voz.
—Lidia Galván Reséndez.
—¿Cuál es el nombre completo de la niña?
—Lidia Iris Fuentes Galván.
—¿A dónde se llevan a mi nieta? —preguntas horrorizada.
—Será trasladada de urgencias a un hospital.
—Lidia Iris falleció por un disparo en la cabeza —te informará una voz más tarde. No recordarás quién. Pues sólo puedes pensar en todo lo que les faltó vivir a tu nieta y a ti. Les faltó tanta vida. Vida para jugar en la playa. Vida para recorrer un bosque. Vida para enseñarle tantas cosas. Vida para cocinar muchos pasteles. Vida para verla crecer. Vida para que se convirtiera en señorita y te contara de su primer novio y de su primer amor. Vida para verla en su graduación universitaria. Vida para verla convertirse en mamá. Vida para conocer a tus bisnietos. Vida para morirte tú primero. Porque según la regla de la vida, los hijos y los nietos no deben morirse antes.
Más tarde te informarán que en una de las camionetas que chocaron contra tu vehículo llevaban secuestrado a un joven de 18 años, llamado Diego Alfredo y que también murió por impactos de bala.
Al día siguiente te enteras que soldados del ejército también dispararon en contra de una camioneta particular en la que viajaba Yuricie Rivera con su esposo e hijo. Y que Yuricie falleció igual que tu nieta, de manera instantánea por un disparo en la cabeza.
Pensarás: «Una vez más, las autoridades de este país nos fallaron».
Pero tú no eres Lidia Galván Reséndez ni tenías una nieta llamada Lidia Iris Fuentes Galván. No tendrás que lidiar con las autoridades para exigir justicia ni tendrás que acudir ante la Comisión de Derechos Humanos de Nuevo Laredo ni tendrás que marchar con familiares de víctimas para que este gobierno haga lo que le corresponde por obligación.
Tú no eres Lidia y no tienes que sufrir este tormento. Ni siquiera tienes que preocuparte. En este país lo que abunda es la indiferencia. Para muchos, en este país no pasa nada… hasta que les sucede.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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