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Por Sofía Guadarrama Collado

Un día, ellas se organizan para salir a marchar en contra de los acosadores. Al otro, ella programa su manifestación en contra del hombre blanco acosador. 

Un día ellas se buscan entre sí y confirman su llegada al punto de encuentro, así llueva o truene, con o sin dinero. Al otro, ella despliega un ejército de militantes para que llenen la plaza, que contraten miles de autobuses, y les den tortas, refrescos y un oprobioso billetito de quinientos.

Un día, ellas se preguntan si esta marcha será diferente pues ya no hay inquilino en el Palacio, sino inquilina. Al otro, ella le cambia el propósito a su mitin. El hombre blanco le habló bonito un día y ella le creyó. Suele suceder. Su mitin cambia de intención y se convierte en una celebración. ¿De qué? De lo que sea, siempre y cuando se reúna mucha gente y le aplaudan. Que la elogien. Que la bañen de confeti. Que le demuestren su amor. Que se arrodillen ante ella.

Un día ellas llegan solas al Zócalo. Se asolean. Al otro, ella llega sola. No se asolea. No se cansa. Vive en el palacio de enfrente. 

Un día ellas lloran por sus muertas, sus desaparecidas y sus mujeres violentadas. Al otro, ella celebra un triunfo inexistente en la plancha del Zócalo.

Un día a ellas las reciben con vallas y gases lacrimógenos. Al otro, a ella la reciben con la espalda.

Un día a ellas las tachan de revoltosas y de traidoras a la patria por mancillar nuestros espectaculares monumentos que representan a nuestros hombres blancos heterosexuales. Al otro, se burlan de ella porque nuestros hombres blancos heterosexuales la ignoraron para tomarse la foto con un hombre más poderoso.

Un día, los asistentes pagados al mitin en el Zócalo, regresan a sus ciudades de origen. Al otro, nos enteramos que uno de esos autobuses se volcó en Oaxaca y murieron más de 18 personas, sólo para cumplir el capricho de ella.  

Un día, ellas encuentran más de 200 pares de zapatos en un centro de reclutamiento y desaparición del crimen organizado en el Rancho Izaguirre, en el poblado de La Estanzuela, en Teuchitlán, Jalisco. Al otro, ella no sabe qué decir, aunque sí sabe qué ocurrió. Siempre lo han sabido los inquilinos de los palacios.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.