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Por Sofía Guadarrama Collado

En México, la pobreza no se erradica: se administra. Por más que se maquillen las cifras, la pobreza extrema en México sigue siendo una herida abierta. Los informes de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2024 del INEGI y la metodología multidimensional del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), fueron publicados esta semana y los porristas de MORENA ya celebran que entre 2018 y 2024, diez millones de personas salieron de la pobreza. Pero ¿qué significa «salir»? ¿Dejar de contar frijoles para contar centavos? ¿Pasar de la miseria al umbral de la precariedad? ¿O salir arrastrándose por los márgenes de un sistema que les concede el privilegio de sobrevivir?

Empero, la realidad es más cruda que el optimismo institucional y el *traca traca* de los matraqueros: hoy, cerca de 48 millones de mexicanos viven en pobreza, y entre 8 y 9 millones en pobreza extrema. Es decir, millones de personas que no pueden pagar ni la tortilla ni el olvido.

Según el CONEVAL, la pobreza extrema pasó de 7.0 % en 2018 a 7.1 % en 2022. Dios te salve María, llena eres de gracia… La pandemia nos cayó como anillo al dedo —dijo nuestro líder supremo— y la pobreza se elevó a 8.5 % en 2020. Padre Nuestro que estás en los cielos… «No nos des nuestro pan que para eso somos hombres \[y mujeres]», decía Facundo Cabral. Se acabó la pandemia y milagro: hubo una leve recuperación, el país regresó —con apenas una décima de diferencia— al punto de partida. El Señor es mi pastor, nada me falta…

130.2 millones de habitantes. 38 millones de hogares. Un promedio de 3.3 personas por hogar. Y sin embargo, el ingreso real apenas creció un 15.4 % en el sexenio.

No fue el mercado. No fue el empleo. Fue el Estado. Lo que contuvo la miseria fueron los programas sociales: Pensión para el Bienestar, Jóvenes Construyendo el Futuro, Becas Benito Juárez, Sembrando Vida.

El propio CONEVAL lo admite: sin estas transferencias, la pobreza extrema habría alcanzado el 12.3 %. Es decir, seis millones de personas más en el abismo. En los hogares más pobres, las transferencias públicas representan más del 30 % del ingreso total. Los programas sociales no son políticas públicas: son respiradores artificiales y mecanismos de coacción electoral.

Cuando la asistencia se convierte en rutina y las transferencias económicas se otorgan sin exigir contraprestación alguna, se corre el riesgo de que el alivio se transforme en anestesia.

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