Por Sofía Guadarrama Collado
Las carreteras y vías ferroviarias son las venas de nuestro territorio, en el cual el pulso del progreso choca con el peso de la negligencia. Sobre las arterias de acero se alza una historia vasta, llena de promesas nacidas en el porfiriato y rotas con el paso de la modernidad, desbordada de peligros que acechan en miles de cruces ferroviarios —desde los pueblos polvorientos hasta las capitales estatales—sin semáforo que parpadee, sin señalamientos, sin pluma, sin campana, sin siquiera la bendición de un cura; sólo el silbido de la muerte cabalgando en una máquina colosal.
Hay algo profundamente triste en esas intersecciones donde el tiempo parece detenerse, donde los autos aguardan con el motor encendido y el corazón en vilo de sus ocupantes, mientras el tren, como un gigante ciego, los parte en dos, como el autobús de pasajeros que fue literalmente cortado a la mitad por la guillotina del tren en la carretera Atlacomulco–Maravatío —en un paso ferroviario sin barreras ni semáforos de control— en el cual diez vidas se apagaron en ese instante, como si el cielo hubiera hecho un corte abrupto. Otras 61 quedaron heridas, algunas en el cuerpo, otras en el alma, todas marcadas por el fatal cruce.
La empresa Canadian Pacific Kansas City de México (CPKC) “lamentó” el suceso —con palabras que no alcanzan a suturar el dolor— y expresó sus condolencias a las familias de las víctimas. En su comunicado, responsabilizó al conductor del autobús de intentar ganarle el paso al tren. Instó a conductores y público en general a respetar señalizaciones y órdenes de alto en pasos ferroviarios.
Cada intersección es un nudo, un punto de fricción entre el tiempo detenido y el movimiento perpetuo del tren, ese dragón de acero que no conoce la clemencia. Son miles los cruces esparcidos por el país —dice una alarmante carencia de datos precisos que balbucea una cantidad aproximada entre los 7,900 y los 8,500— muchos de ellos huérfanos de señalización, semáforos y barreras (plumas) que adviertan al caminante desprevenido. Caramba, están viendo que el mexicano es distraído (con el celular, con el radio, con el cigarro, con el maquillaje, con la mosca que pasa) y le ponen una vía del tren camino al trabajo.
En las ciudades grandes, donde la vida bulle y se amontona, el riesgo se vuelve un murmullo constante, una amenaza que respira en cada cruce. Los números, fríos como el metal de los rieles, cuentan cientos de accidentes al año (se cree que 2023 fueron 749, pero qué vamos a saber si ni los desaparecidos saben contar), de vidas truncadas por la prisa o la distracción.
SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA...