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Por Sofia Guadarrama Collado

El pasado 1 de octubre, Claudia Sheinbaum cumplió un año en la presidencia de México. Como es costumbre, se publicaron encuestas que medían su aprobación:

• Polls MX: 75%

• Enkoll: 78%

• Demoscopia Digital: 71.6%

• Consulta Mitofsky: 71.6%

• FactoMétrica: 82%

El 16 de octubre de 1998 fui deportada de Estados Unidos a México con un dólar en la bolsa. No por terrorista, ni por contrabandista, ni por escándalo público. Me deportaron como quien devuelve un paquete mal etiquetado. No tenía la famosa green card. Tenía 22 años de edad, edad en la que aún se cree que el porvenir es una línea recta. Perdí mi camioneta, mis pertenencias, una pequeña empresa —fundada con el fervor de quien cree que los sueños son obedientes— y lo que más dolía: la certeza de un futuro. La pobreza me abrazó sin pedir permiso. Dormía en el piso, en casa de unos tíos que representaban el último vestigio del linaje familiar, ese que sobrevive en los márgenes del fracaso y que no sabían si darme cobijo o una patada.

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Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.