Por Sofia Guadarrama Collado
En esta columna: un balance crítico del primer año de gobierno de Claudia Sheinbaum ¿Coincides? ¡Compártenos tu opinión!
Hoy se cumple un año de que Claudia Sheinbaum Pardo llegó a la presidencia. Un año con la primera mujer presidenta, con A, cómo ella misma lo instituyó desde aquel lejano día en que rindió protesta como presidente de los Estados Unidos Mexicanos, aunque la palabra correcta debería ser presidente —entiéndase que ya de por sí la «e» al final es neutral o inclusiva—, pues no decimos presidento, ni estudianta, ni cantanto, ni comedianta, ni viajanto ni oyenta.
La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de México el 1 de octubre de 2024. ¿Histórico? Sí. ¿Inédito? También. Pero, sobre todo, irónicamente predecible. Porque cuando por fin una mujer alcanzó el trono del poder ejecutivo, ¿qué hizo? ¿Rompió el molde? ¿Se plantó como líder? ¡No! Se convirtió en telonera de Andrés Manuel López Obrador. Lo llamó el mejor presidente de México, lo celebró, lo canonizó. Y en el momento que debía ser suyo, se achicó. Se encogió. Se disolvió. Como si el traje presidencial le quedara grande, como si el aplauso no fuera suyo. Su discurso, lejos de proyectar grandeza, se tornó en un acto de mimetismo. La celebración que debía ser suya se convirtió en una ofrenda. Ella era la ofrenda.
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