Por Sofía Guadarrama Collado
Mira, carajo. Mientras en algunos países la carrocería de la Presidencia se dobla con los golpes de martillo de la ley, en México, el cargo es una especie de armadura chapada en oro: inexpugnable, casi divina.
Este martes, Nicolas Sarkozy, aquel hombre que un día mandó en Francia con el ímpetu de un Napoleón de bolsillo, cruzó el umbral de la prisión: cinco años de condena por haber financiado ilegalmente su campaña presidencial de 2007 con dinero libio. El otrora huésped del Elíseo, que estrechó la mano de Gadafi en nombre de la diplomacia, terminó atrapado por los hilos de esa misma complicidad. Así es la historia: paciente, irónica, vengativa.
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