Por Sofía Pérez Gasque
Durante décadas hemos hablado de la importancia de la equidad de género en el trabajo. Se han impulsado políticas, cuotas, programas de mentoría y múltiples iniciativas que, aunque valiosas, no han logrado cambiar una verdad incómoda: las mujeres siguen avanzando más lento, enfrentando barreras invisibles y cargando con expectativas desiguales.
Hoy, los datos no dejan lugar a dudas. Según el último informe del Foro Económico Mundial, al ritmo actual nos tomaría 129 años alcanzar una verdadera igualdad de género en los espacios de trabajo a nivel global. En otras palabras: ninguna de nosotras, ni nuestras hijas, verá una igualdad total si no aceleramos el cambio.
Esta realidad no es un problema de falta de talento, ni de falta de preparación. Las mujeres representan más del 50% de los graduados universitarios en muchas regiones del mundo, y su participación en el mercado laboral ha crecido de forma consistente. Sin embargo, a medida que se asciende en la pirámide corporativa o en las estructuras de poder económico, la representación femenina disminuye dramáticamente.
¿Por qué? Porque seguimos operando en sistemas diseñados para otra época. Un entorno laboral verdaderamente equitativo no se construye solo con buenas intenciones o políticas superficiales. Se construye cuestionando los modelos tradicionales de éxito, revisando los sesgos invisibles que aún dictan decisiones y cambiando, de raíz, las reglas no escritas que penalizan de manera desproporcionada a las mujeres.
El techo de cristal ya no es solo un límite visible en los altos mandos; también existe un "suelo pegajoso" que mantiene a las mujeres atrapadas en posiciones de menor crecimiento y visibilidad, a pesar de su capacidad y su desempeño.
Un ejemplo claro es el fenómeno del "síndrome de la única": ser la única mujer en un consejo, en un comité de decisiones o en un equipo de liderazgo. Esta situación no solo incrementa la presión sobre la mujer para representar a todas, sino que también limita las oportunidades de transformación real en la cultura organizacional.
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