Por Sofía Pérez Gasque
La próxima revolución económica no será impulsada únicamente por la inteligencia artificial o la automatización. Será también biológica.
La biotecnología —con sus avances en genómica, tratamientos personalizados, bioingeniería y medicina predictiva— está transformando la forma en que entendemos la salud, la longevidad, la productividad y el valor del cuerpo humano en el sistema económico.
Y como toda revolución, plantea una pregunta clave: ¿Quiénes están diseñando este futuro?
Hoy, mientras miles de millones de dólares se destinan al desarrollo de fármacos, diagnósticos basados en datos genéticos, inteligencia artificial médica y tecnologías de modificación celular, las mujeres siguen estando subrepresentadas en los espacios donde se toman las decisiones clave.
Menos del 30% del personal investigador en ciencia y tecnología en América Latina son mujeres, y ese porcentaje baja aún más en campos como la biotecnología, la bioinformática y la inversión en salud de alto impacto. En los fondos de capital de riesgo que financian innovación biomédica, menos del 12% de los socios generales son mujeres. En los comités regulatorios que definen qué medicamentos se aprueban o cómo se usan los datos biométricos, la voz femenina sigue siendo minoría.
Esto no es solo un problema de representación.Es un problema de diseño económico, de ética pública y de visión estratégica.
Porque si las decisiones sobre el futuro del cuerpo, la salud, el envejecimiento y la medicina están en manos de grupos homogéneos, corremos el riesgo de crear soluciones tecnológicamente avanzadas, pero profundamente excluyentes.
Ya lo hemos visto antes:
- Medicamentos y tratamientos no testeados adecuadamente en mujeres, con efectos secundarios ignorados.
- Diagnósticos médicos basados en algoritmos entrenados en datos masculinos.
- Costos de tratamientos de fertilidad o salud hormonal que no contemplan realidades económicas diferenciadas.
- Ausencia de protocolos con enfoque de género en medicina preventiva y salud mental.
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