Por Sofía Pérez Gasque Muslera
Durante décadas, la conversación sobre igualdad de género en la economía se ha centrado —con razón— en aumentar la participación femenina en los espacios de decisión. Más mujeres en consejos, más emprendedoras, más liderazgo visible. Pero hay una capa menos explorada, casi invisible, que empieza a emerger con fuerza: la diversidad de personalidad.
Un estudio reciente del Complexity Science Hub Vienna (2025) revela que la diversidad de personalidad en una población —medida a través de rasgos psicológicos como apertura, extroversión o neuroticismo— es un predictor significativo del PIB per cápita, incluso más que la inmigración o la calidad institucional. En otras palabras, no se trata solo de cuántas personas participan en la economía, sino de quiénes son y cómo piensan.
Este hallazgo abre una puerta urgente para repensar nuestras políticas económicas y laborales con una lente más profunda. Porque si algo ha caracterizado a la integración de las mujeres en la economía formal, es la presión para “encajar” en moldes de liderazgo preestablecidos. Extrovertida, asertiva, orientada a resultados, con temple firme y visión ambiciosa. Pero, ¿qué pasa con las mujeres analíticas, introvertidas, empáticas, estratégicas silenciosas o profundamente creativas?
Muchas mujeres no solo enfrentan barreras estructurales de género, sino también estereotipos de personalidad asociados a lo que “debería ser” una líder exitosa. Y en ese intento por adaptarse, terminan no promocionándose, sub valorándose o directamente abandonando espacios laborales hostiles a su autenticidad.
En el fondo, seguimos confundiendo inclusión con uniformidad.
Aceptar la diversidad de personalidad en entornos económicos implica transformar los modelos de contratación, promoción, liderazgo y productividad. Implica, por ejemplo, reconocer que una mujer que lidera desde la escucha puede ser tan efectiva (o más) que quien lo hace desde la visibilidad permanente. Que una mujer que duda no necesariamente es débil, sino reflexiva. Que la innovación no siempre grita: a veces observa, conecta y transforma en silencio.
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