Por Sofía Pérez Gasque Muslera
En los márgenes de la economía formal, donde el crédito no llega, donde el empleo es inestable, donde la informalidad parece la única opción, las mujeres han creado otro modelo. Uno que no grita en los mercados, pero sostiene hogares, comunidades y territorios. Uno que no cotiza en bolsa, pero genera ingresos, confianza y pertenencia. Uno que rara vez aparece en los discursos económicos tradicionales, pero existe, funciona y resiste: las cooperativas lideradas por mujeres.
En América Latina, miles de mujeres han formado cooperativas para producir, vender, compartir recursos, distribuir ganancias y sostenerse entre ellas. Cooperativas textiles, agrícolas, de servicios, de ahorro, de consumo, de energía, de salud. Modelos económicos basados en la colaboración, la democracia interna, la equidad en la distribución del valor… y el trabajo invisible de las mujeres.
Y sin embargo, este tejido económico sigue siendo visto como una excepción, no como una alternativa estructural.
Las cooperativas surgen muchas veces como respuesta a la exclusión: cuando el sistema bancario niega créditos, cuando los empleos formales precarizan, cuando la crisis golpea con más fuerza a quienes ya vivían al límite. Pero lo que empieza como una estrategia de sobrevivencia, muchas veces se transforma en una forma de economía con sentido, con valores, con comunidad.
Una economía donde el éxito no se mide solo en rentabilidad, sino en bienestar compartido.
Según la Alianza Cooperativa Internacional, una de cada tres cooperativas en el mundo es liderada por mujeres, y en América Latina esa cifra es aún mayor en sectores rurales y de cuidado. Son estructuras que permiten acceso colectivo a insumos, maquinaria, capacitación, mercados, canales de distribución… y algo igual de valioso: confianza entre mujeres que históricamente han sido excluidas del poder económico.
Pero ese impacto sigue siendo invisibilizado.
Porque las cooperativas no suelen entrar en las estadísticas del PIB, ni en los rankings de productividad, ni en los titulares de negocios. Y porque muchos gobiernos aún no entienden —o no quieren entender— que la economía social no es caridad, es política económica con otra lógica.
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