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Por Sonia Garza González

Seguramente han oído en múltiples ocasiones la expresión “marca personal”, entendiendo un concepto que supedita uno de los activos más valiosos para profesionales, emprendedores y creativos. Pero, ¿realmente estamos entendiendo su alcance y, quizá, sus riesgos? 

Según un estudio de LinkedIn, 70% de los empleadores revisan las redes sociales de los candidatos antes de tomar una decisión de contratación. Esto evidencia cómo la presencia online se ha convertido en un filtro imprescindible en el mercado laboral. Por otro lado, un informe de Forbes revela que las personas con una marca personal sólida tienen tres veces más probabilidades de ser contactadas por oportunidades laborales o de negocio. 

Pero no todo es positivo. Un análisis de la firma de consultoría Edelman indica que 60% de los consumidores confía más en las recomendaciones de personas que en las marcas tradicionales, lo que subraya la importancia de construir una reputación auténtica y confiable. Sin embargo, también revela que 45% de los profesionales sienten que su marca personal no refleja realmente quiénes son, lo que puede generar una desconexión peligrosa.

La construcción de una marca personal puede ser vista como una estrategia de posicionamiento en la economía digital. En un mercado saturado, diferenciarse requiere más que habilidades técnicas; requiere una narrativa auténtica y coherente. Sin embargo, esta misma necesidad puede llevar a la creación de una imagen artificial, donde la autenticidad se sacrifica en aras de la percepción pública.

Lo anterior puede generar que algunas personas sientan que deben mantener una virtual imagen perfecta, lo que genera estrés y ansiedad, porque simple y llanamente la perfección no existe. El “mandato” ―autoimpuesto o generado por el exterior―, por proyectar una versión idealizada, puede derivar en una sensible pérdida de autenticidad, afectando la confianza tanto propia como de la audiencia. 

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