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Por Sonia Garza González*

Es un hecho que la tecnología puede considerarse una fuerza transformadora, un impulsor clave del progreso humano en muchas áreas. Es fácil reconocer que, en el ámbito médico, ha permitido que las personas vivamos con una mejor calidad de vida; en la comunicación, ha transformado la forma en cómo interactuamos y compartimos información; en la ciencia, cada vez se realizan descubrimientos innovadores que nos facilita una mejor comprensión del mundo; en el ámbito productivo, representa un motor de crecimiento. 

No obstante, también existen preocupaciones sobre el impacto de la tecnología. Para el artículo que hoy presento, me quiero enfocar sólo en dos puntos: en la salud y en la privacidad y seguridad de los datos, suscritos en el desarrollo humano y el desarrollo social.

Se ha argumentado que los primeros dispositivos generaron un trastorno de ansiedad a cientos de miles de personas, quienes de buenas a primeras fueron obligadas a adaptar su uso para el cumplimiento de algunas funciones laborales o de estudio. Con el transcurrir del tiempo, dicho uso se convirtió en dependencia, generando una disminución en la capacidad de atención y concentración de las personas.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.