Por Sonia Serrano Íñiguez
Los problemas de abasto de agua cada vez son más comunes en la agenda de las ciudades, y las urbes de México no son la excepción. Recientemente surgió un nuevo conflicto en torno a esta agenda, después de que en el Plan Nacional Hídrico que presentó la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo se incluyó la construcción de un acueducto que iría de la presa Solís, ubicada en Acámbaro, Guanajuato, al municipio de León y, posiblemente, a Irapuato, Celaya, Salamanca y Silao.
De alguna manera, este proyecto compensa al estado de Guanajuato tras la salida que se dio a la presa El Zapotillo, ubicada en el municipio de Cañadas de Obregón, en Jalisco. El proyecto original implicaba la construcción de una cortina de 105 metros y la inundación de tres pueblos: Temacapulín, Acasico y Palmarejo. Desde esta presa, la empresa española Abengoa debía construir un acueducto para llevar el agua a la ciudad de León, Guanajuato.
Aunque quienes apuestan a los sistemas de presas responsabilizan a los habitantes de los tres pueblos y sus defensores del fracaso de la presa El Zapotillo, la realidad es que la corrupción y la mala planeación —sobre todo en torno a la concesión que se entregó a Abengoa— fueron determinantes. Finalmente, el expresidente Andrés Manuel López Obrador decidió que la presa se quedaría con una cortina de 80 metros, pero el embalse se llenaría solo hasta los 40 metros. Para ello se abrieron ventanas vertedoras; el agua sería exclusivamente para el Área Metropolitana de Guadalajara y se salvarían los pueblos. Del acueducto, el proceso de quiebra de Abengoa en España y la mala planeación en el trazo provocaron que nunca se colocara ni un tubo.
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