Por Sophia Huett
En los últimos años, el feminismo se ha convertido en una palabra que se repite mucho y se entiende poco. Se grita, se etiqueta, se presume. Pero en la vida real, el feminismo no se mide por consignas ni por discursos encendidos, sino por decisiones cotidianas. Por lo que hacemos cuando nadie nos ve.
Ser feminista, en la práctica, significa no usar el poder —el poco o mucho que tengamos— para frenar a otra mujer por miedo, envidia o inseguridad. Significa no sabotear el crecimiento ajeno porque nos confronta con nuestras propias carencias. Bloquear oportunidades, desacreditar capacidades o cerrar puertas “por si acaso” no es sororidad: es reproducir la misma lógica de exclusión que históricamente ha afectado a las mujeres.
SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA...