Por Sophia Huett
Michoacán vive semanas decisivas. Desde el homicidio del presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo, el Plan Michoacán por la Paz y la Justicia ha dejado resultados que no se ven todos los días: más de 900 personas detenidas por delitos de alto impacto, 17 laboratorios clandestinos destruidos, toneladas de droga aseguradas y cerca de 180 detenciones por extorsión, uno de los delitos que más lastima a quienes trabajan, comercian y producen.
Pero hay un dato que, sin ser el más llamativo, ofrece la verdadera dimensión del reto: en solo mes y medio, se han asegurado 924 armas en Michoacán.
Para entender lo que significa ese número, vale compararlo con las cifras nacionales. En todo 2024, de acuerdo con el INEGI, en el país se aseguraron 24,236 armas de fuego. En ese mismo año, Michoacán sumó 1,478 armas, mientras que estados como Tabasco registraron 324 en doce meses completos.
Que un solo estado haya recuperado 924 armas en cuestión de semanas no habla únicamente de la intensidad del operativo actual: muestra cuánto se había acumulado a lo largo de los años.
Las armas aseguradas no son el centro de la noticia, pero sí son la medida real de la profundidad del problema.
Lo mismo ocurre con los laboratorios destruidos y las detenciones por extorsión. No aparecieron de repente. Son el resultado de estructuras criminales que crecieron con tiempo, recursos y control territorial; estructuras que lograron influir en la vida cotidiana de comunidades enteras: en los negocios que podían operar, en las rutas que podían transitarse, en los horarios en los que la gente podía salir sin miedo.
Lo que estamos viendo hoy es una ruptura de esa inercia.
La estrategia actual no solo busca detener individuos, sino desmontar la estructura completa: afectar la producción, cortar ingresos, quitar capacidad de fuego y, sobre todo, romper el mecanismo de control más efectivo del crimen organizado: la extorsión.
Por eso estos resultados importan. Porque por primera vez en mucho tiempo, el Estado está entrando en zonas donde antes su presencia era limitada o irregular, y lo está haciendo con una estrategia que combina inteligencia, coordinación y acción sostenida.
Sin embargo, este es solo el comienzo.
La fase verdaderamente decisiva vendrá después: cuando se deba sostener la presencia en el territorio, fortalecer a las policías locales, garantizar que los detenidos enfrenten procesos sólidos, y evitar que las armas, laboratorios y redes criminales vuelvan a surgir.
Michoacán tiene hoy una oportunidad que no siempre se abre: la de transformar un operativo exitoso en un cambio duradero.
Los avances son visibles y valiosos.
El reto será que estos resultados no sean solo un episodio, sino el inicio de una recuperación profunda y sostenida.
Porque si en tan poco tiempo se ha logrado tanto, también queda claro todo lo que se había acumulado durante años.
Y por primera vez en mucho tiempo, se está empezando a desmontar.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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