Por Stephanie Henaro Canales
Francisco ya descansa, pero no donde lo esperaban. En un acto tan político como pastoral, eligió no ser enterrado en las grutas del Vaticano, sino en la Basílica de Santa María la Mayor, cerca del pueblo, del ruido, del caos romano. Un gesto final cargado de mensaje: la fe no está en el mármol de San Pedro, sino en las calles.
Y mientras la Iglesia entierra a un Papa, el mundo observa el verdadero espectáculo: el cónclave. Porque elegir al sucesor de Pedro no es solo decidir quién llevará el anillo, sino qué bloque de poder marcará el ritmo de los próximos años.
África asoma con fuerza: el continente donde crecen más fieles y más intereses. Un Papa africano sería una jugada estratégica frente al avance chino, a la expansión evangélica y al olvido sistemático del norte global.
Latinoamérica también entra en la quiniela, aunque más como nostalgia que como opción real. La región se desangra entre violencia, narco y populismo, mientras el catolicismo pierde terreno ante las promesas de salvación exprés. Aun así, un Papa latino sería una apuesta simbólica por la base que alguna vez fue el músculo de la fe.
Pero el juego real, como siempre, pasa por Europa. Que no quiere soltar el cetro simbólico de Roma. La geografía pesa, incluso en el alma. Y aunque todos invoquen al Espíritu Santo, no hay milagro sin estrategia. Hay candidatos, hay bloques, hay votos que se negocian como en cualquier elección.
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