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Por Stephanie Henaro Canales

Se fue Mujica. Y aquí nadie se detiene. No hay tiempo para honrar a los que vivieron con dignidad, cuando el país se desangra con silencios que gritan. Mientras en Uruguay se despide a un presidente que eligió la pobreza como acto político, en México miles huyen porque no pueden elegir ni siquiera vivir en paz. Un país donde unos se exilian con decoro… y otros cruzan la frontera en caravana blindada.

El contraste es brutal.

Pepe Mujica se despidió con los bolsillos vacíos, pero con la conciencia intacta. Nunca se aferró al poder, nunca lo confundió con impunidad. Mientras tanto, 17 familiares de Ovidio Guzmán —entre ellos su esposa, hijos, cuñadas y compadres— cruzaron hacia Estados Unidos sin enfrentar ninguna detención formal, y dejaron en ridículo a las autoridades migratorias mexicanas. La SRE se enteró por la prensa. El Instituto Nacional de Migración ni siquiera apareció. Y la narrativa oficial, como siempre, llegó tarde y mal.

¿Quién tiene poder en México?

El que no necesita pasaporte.

Porque mientras ellos cruzan sin ser tocados, 26 mil mexicanos fueron desplazados por la violencia solo en 2024, según el informe más reciente del Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno. El doble que el año anterior. Personas sin rostro mediático, sin abogados ni blindajes. Campesinos, madres, niños, ancianos… expulsados no por hambre ni por sueños americanos, sino por la violencia que nadie frena. Y por un Estado que hace rato dejó de proteger.

Aquí ya no se vive: se huye.

Y no se huye a Estados Unidos. Se huye de México.

En el mismo país donde hay abrazos para el crimen, hay expulsiones para los inocentes. En la misma tierra donde se garantizan derechos para los cárteles, se niega refugio a sus víctimas. Porque el desplazamiento interno es una forma de exilio invisible, una expulsión sin visas, sin reportes, sin memoria.

Hay dos tipos de migrantes en este país:

Los que se van porque no les queda de otra.

Y los que se van porque pueden hacerlo sin consecuencias.

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