Por Stephanie Henaro Canales
La palabra “guerra” ya no alude sólo a armas o misiles: hoy se libra también en las monedas. El gobernador del Banco Popular de China, Pan Gongsheng, anunció en Shanghái un giro tectónico: el mundo monetario se aleja del monopolio del dólar y camina hacia un sistema multipolar donde la renminbi, el euro, los derechos especiales de giro (SDR) y otras divisas se contrapesan. Acto seguido, el economista Aldo Abram advirtió que el poder adquisitivo del dólar local seguirá cayendo, reflejo de una depreciación que no se detiene.
A simple vista es un debate técnico: ¿devaluación aquí, hegemonía allá? Pero el trasfondo es político y letal. El dólar ya no es solo una moneda. Es una ficha en la geopolítica: instrumento de sanciones, bloqueos y control. Estados Unidos lo utilizó como arma tras el 11‑S, en la invasión a Rusia por Ucrania, y en el conflicto israelo‑iraní. Cuando se detona una bomba en Gaza o un cohete sobre Kiev, el dólar se convierte en proyectil virtual en los mercados. Pan lo reconoció: “en guerras, la divisa dominante es fácil de instrumentalizar”.
Desde Medio Oriente llegan noticias: Irán e Israel se enfrentan en una dinámica mortal, y cada jet que sobrevuela la frontera lleva consigo un riesgo de más sanciones, más que los misiles mismos. La retribución económica es parte de la estrategia militar. Al otro lado del mundo, Rusia y Ucrania mantienen un pulso que no termina solo con tanques, sino con exclusión económica: bancos rusos fuera del SWIFT, activos congelados, pagos paralizados. Cada coacción financiera es un disparo invisible, pero letal.
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