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Por Stephanie Henaro Canales

Hay semanas en que el mundo parece diseñado para distraernos. Que si el nuevo Papa es demasiado joven, que si Trump quiere castigar a México, que si la inteligencia artificial se nos viene encima como la nueva peste negra. Pero en ese torbellino de titulares hay una fractura que nadie quiere mirar directamente: la del dólar. Porque sí, lo que a mí realmente me importa es que estamos presenciando, casi sin darnos cuenta, la pérdida estructural del valor del dólar.

Y no hablo sólo del tipo de cambio. Aunque ahí también hay señales. El peso mexicano, por ejemplo, rompió hace unos días la barrera psicológica de las 18 unidades por dólar, cotizando en 17.86, su mejor nivel en más de nueve años. La moneda nacional se fortaleció más de 9% en los últimos doce meses, mientras que el billete verde se ha debilitado frente a una canasta de divisas globales, no solo las emergentes. El índice DXY, que mide su fortaleza frente a monedas como el euro, el yen o la libra, ha perdido más de 4% en lo que va del año. No es sólo México: es el mundo diciendo “ya no te creemos”.

¿Por qué importa tanto? Porque el dólar no era sólo dinero. Era control. Desde 1944, con el acuerdo de Bretton Woods, se convirtió en el ancla del sistema económico global. Los países no comerciaban entre sí: comerciaban en dólares. No invertían en proyectos: invertían en activos denominados en dólares. Las guerras no se libraban sólo con armas: se libraban con sanciones, embargos, bloqueos financieros. Y todo eso se sostenía en la premisa de que el dólar era invencible.

Pero ya no lo es. Según datos de Morningstar, la proporción de reservas internacionales en dólares cayó del 71% en 1999 a menos del 59% en 2024. Más de 50 bancos centrales en el mundo están incrementando sus reservas en yuanes, oro o monedas regionales. China ya comercia el 25% de su petróleo en renminbis. Rusia vende gas a India en rublos. Brasil negocia con China en su propia moneda. Y los países del Sudeste Asiático exploran un sistema de pagos regional que no pase por SWIFT, el sistema dominado por Estados Unidos.

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